Imaginemos un lugar donde nadie miente. Donde la sinceridad es la única forma de comunicación entre los ciudadanos. Si alguien te pregunta cómo le queda el vestido o qué opina de su nuevo trabajo, responderás la verdad, aunque ofenda. Estos lugares solo han sido proyectados en la ficción, como en la película de Ricky Gervais Increíble pero falso (The Invention of Lying).
Sin embargo, en el año 2003, un pequeño pueblo de Estados Unidos estuvo a punto de convertirse en el único lugar del mundo donde la mentira iba a estar regulada por ley, donde la mentira podía conllevar una multa e incluso la cárcel, donde nadie pudiera fanfarronear de logros inexistentes.
Mentira prohibida
Durante la primavera de 2003, Jo Hamlett, alcalde de Mount Sterling, en Iowa, Estados Unidos, propuso una nueva ordenanza municipal: quien fuera pillado en una mentira, sería multado. Según Hamlett, a pesar del revuelo mediático que causó su iniciativa, ello no es tan extraño si tenemos en cuenta que en un tribunal, por ejemplo, se hace jurar al declarante que dirá la verdad y solamente la verdad.
Mentir ante un tribunal es delito, y lo que quiere Hamlett es que el mundo sea como un tribunal. Incluso si tales mentiras no constituían delitos. Incluso una simple fanfarronada, como que un cazador del pueblo fue capaz de abatir a doce ciervos con un arco y una fecha, podría ser constitutivo de delito. Tal y como lo explica Marc D. Hauser en su libro La mente moral:
Aunque muchos lugareños eran escépticos acerca de las verdaderas intenciones del alcalde (¿quería acabar con las mentiras o recaudar una suma extra para pavimentar las calzadas?), la última votación dejó al consistorio dividido con un resultado de 2 a 2. La mayoría de los vecinos de Mount Sterling, en cambio, pensaba que la ordenanza era ridícula o, tal y como observó una persona, “es como prohibir el acto sexual en el prostíbulo.
Mount Sterling está en el corazón de la zona de caza y pesca del estado de Iowa y, como por tradición o por mito, las historias exageradas de peces atrapados y animales cazados son parte del folklore local.
Así que algunos vecinos, ante la posibilidad de que algún día se apruebe semejante ordenanza, ya han ideado sistemas para escamotearla. Charlie Brewer, por ejemplo, ofreció su depósito de chatarra en las afueras del pueblo para todos aquellos que quieran seguir mintiendo, señalando: “Cualquiera que sienta ganas de mentir, puede subirse a la pila de chatarra y dar rienda suelta a la mentira”.
La psicología pueblo de la verdad
Se acabe materializando o no Mount Sterling como el pueblo de la verdad de la buena, lo cierto es que estamos ante un pueblo bastante pequeño donde todo el mundo se conoce. Es decir, que muchas de las mentiras que se puedan estar pronunciado probablemente son cazadas por los vecinos, en una cadena de rumores tan rápida como eficiente.
Además, la medida del alcalde no es tan estrambótica con la perspectiva histórica: la letra escarlata, la exposición a la vergüenza pública, etc. Sin embargo, son medidas de difícil aplicación en tanto en cuanto no solo mentimos a los demás sino que incluso nos mentimos a nosotros mismos (lo primero para mantener las relaciones sociales y lo segundo para mantener el optimismo).
De hecho, nuestra inteligencia, según los investigadores William R. Rice y Brett Holland, de la Universidad de California, puede ser un subproducto de la carrera armamentística de mentir al prójimo y de detectar las mentiras del prójimo. O en palabras más llanas: la inteligencia brota, fundamentalmente, del conflicto social, de la interacción con nuestros semejantes.
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