Ni azúcar, ni edulcorantes varios... una forma diferente, y más saludable, de endulzar la comida consiste en oír determinados sonidos. Es lo que se denomina sazón sónica.
Con este sistema, engañamos a nuestro cerebro hasta el punto de que, en función de los tonos musicales (y de su volumen), podemos acentuar la dulzura, amargura o lo picante.
La dulzura sin calorías
La sazón sónica forma parte del corpus de investigaciones de Charles Spence, psicólogo experimental de la Universidad de Oxford (Inglaterra). Una pieza musical 'dulce' puede ser 'Tubular bells' de Mike Oldfield de 1977. Una amarga, una colección de cantos goliardos de los siglos xii y xiii, tal y como señala Spence:
Esos tonos bajos de Carmina Burana de Carl Orff hacen que, si estas comiendo algo que tenga alguna nota amarga, la podrás sentir más intensamente.
Pero ¿realmente el simple sonido puede evitar que sazonemos demasiado un plato o consumamos más calorías de la cuenta? A juicio de Spence, a medida que se amplíe la investigación, así será:
Podemos acentuar la dulzura sin añadir calorías sencillamente conociendo estos sorprendentes vínculos entre el sentido del gusto, por un lado, y el de la audición, por el otro (...) Piensa en las personas que deben seguir una dieta baja en azúcar, como los diabéticos. ¿Podríamos crear listas de reproducción de música adecuada para que la escuchen a la hora de comer y degusten el mismo sabor dulce que se les ha prohibido? Hasta ahora sé que satisface el deseo de dulzura por un día, pero tenemos que investigar más para poder asegurar que si escuchas los mismos sonidos dulces por un año, van a seguir teniendo el mismo efecto.
Por regla general pensamos que el gusto y el sabor se generan en la boca, en la lengua, pero a través de diferentes estudios nos hemos percatado de la importancia de la nariz, de lo que ves, del sonido y del tacto en todo el proceso.
Imagen | Sean MacEntee