Las ideas que han sido alumbradas en el interior de nuestra cabeza, así como las que producen individuos de nuestro contexto cultural, acostumbran a ser mejor valoradas que el resto. Hasta el punto de que somos incapaces de advertir que pudieran ser peores.
Esta tendencia a enamorarse de las propias ideas también tiene lugar entre los científicos. A pesar de los estrictos protocolos del método científico, la ciencia la cultivan seres humanos falibles. Un caso paradigmático de este efecto se puede observar en Thomas Edison.
Tal y como analiza Zachary Shore en su libro Blunder (Error garrafal), Edison, el inventor de la bombilla, estaba totalmente entusiasmado con la corriente continua. Por el contrario, Nikola Tesla desarrolló la corriente alterna bajo la supervisión de Edison. Pero Edison eran tan celoso de sus ideas que despreció la corriente alterna, aduciendo que era una forma de corriente peligrosa.
Edison incluso llevó a cabo una campaña de descrédito mandando a sus técnicos a electrocutar a gatos y perros callejeros para demostrar los riesgos potenciales de la corriente alterna.
Otro ejemplo célebre lo expuso Mark Twain en su ensayo Algunas idioteces nacionales, donde elogiaba las estufas alemanas y lamentaba que los norteamericanos siguieran usando estufas de leña que precisaban de un persona dedicado casi por completo a alimentarlas:
La reticencia de una parte del mundo para adoptar las valiosas ideas de la otra parte es un termómetro curioso e inexplicable. Esta forma de idiotez no es exclusiva de una comunidad o de una nación: es universal. La cuestión no es sólo que la especie humana sea lenta en la adopción de ideas valiosas, sino que a veces incluso se empeña en no adoptarlas jamás.
No son anécdotas aislada. La historia de las ideas está plagada de ejemplos en las que se pone de manifiesto esta tendencia. Una tendencia que no solo evidencian los individuos, sino también las organizaciones o las empresas, tal y como explica el psicólogo Dan Ariely en su libro Las ventajas del deseo:
En general, las empresas tienden a crear una cultura basada en su propio lenguaje, en sus procesos, sus productos y sus creencias. Las personas que trabajan en las empresas, sometidas a tales fuerzas culturales, tienden a aceptar con naturalidad que las ideas desarrolladas allí son más útiles que las de otros individuos o empresas. Existen unas pocas excepciones a la norma: aparentemente, algunas empresas son expertas en adoptar ideas externas y avanzar considerablemente gracias a su incorporación. Por ejemplo, Apple tomó muchas ideas de Xerox PARC, y a su vez Microsoft toma ideas de Apple.
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