Cada vez que aparece una nueva tecnología, enseguida aparecen discursos agoreros alrededor del mismo. Pasó con el desarrollo de la imprenta, más tarde de la radio, más tarde de la televisión, la telefonía, internet... ahora toca a las pantallas, que ya resultan ubicuas a nuestras vidas.
¿Es posible que estemos incurriendo en un discurso agorero al adjudicar a las pantallas un efecto negativo en los jóvenes? A juzgar por los resultados de este nuevo estudio, sí.
No hay evidencias
Desórdenes en el comportamiento, déficit de atención, adicción a los inputs, demasiadas horas pegados a los píxeles... son todas ideas que se han repetido en los albores de cualquier nueva tecnología. En lo tocante de las pantallas, naturalmente, también. Pero ¿hay literatura científica que avale estas suposiciones? La respuesta corta es que no.
Al igual que internet no ha provocado que nos aislemos y nos volvamos menos sociales (más bien al contrario) ni los videojuegos han provocado un aumento en la violencia (de hecho, los índices de homicidios descienden), posiblemente la idea de que las pantallas nos están sorbiendo en coco también se irán desvaneciendo a medida que transcurra el tiempo y... descubramos que no está pasando.
La dieta digital, en el fondo, es como cualquier otra dieta. Como la dieta de leer libros. O la dieta de pasar mucho tiempo sentado en el parque charlando con los amigos. O la dieta del gimnasio. La dieta digital no tiene que ser necesariamente más nociva. Todo depende de la persona que analicemos, o el abuso. Si bien es cierto que algunas investigaciones sugieren que los jóvenes que reportan un mayor uso de las redes sociales muestran niveles de bienestar ligeramente más bajos, la mayoría de estos hallazgos no son confiables y sus conclusiones pueden ser poco más que un ruido estadístico.
En lugar de especular sobre los efectos de la tecnología, debemos probar cómo las redes sociales y la satisfacción con la vida se influyen mutuamente y hacerlo con estudios longitudinales, es decir, extendidos en largos períodos de tiempo (algo que todavía es un tanto difícil, porque acabamos de empezar a vivir entre pantallas). Con todo, un reciente estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, se centra en una muestra de más de 10 000 preadolescentes y adolescentes, analizando casi una década de datos longitudinales.
Cada año, los adolescentes y preadolescentes calificaron su uso de las redes sociales y reportaron cuán satisfechos estaban con los aspectos de su vida. En más de la mitad de los miles de modelos estadísticos que se probaron, no se halló nada más que ruido estadístico aleatorio. En el resto, se hallaron algunas pequeñas tendencias a lo largo del tiempo, en su mayoría agrupadas en datos proporcionados por adolescentes. La disminución en la satisfacción con la escuela, la familia, la apariencia y los amigos presagiaron el aumento en el uso de las redes sociales, y los aumentos en el uso de las redes sociales precedieron la disminución en la satisfacción con la escuela, la familia y los amigos. Pero estos efectos fueron minúsculos según los estándares de la ciencia y triviales si quiere informar sobre las decisiones personales sobre la crianza de los hijos.
En resumen: los resultados indicaron que el 99.6% de la variabilidad en la satisfacción de las niñas adolescentes con la vida no tuvo nada que ver con la cantidad de tiempo en que usaron en las redes sociales. No hay que volverse paranoico con la idea de que cada minuto extra delante de una pantalla conectada a internet va a aumentar la probabilidad de que nuestra salud mental se resienta.
Con todo, entender el impacto de una nueva tecnología en toda una sociedad no es baladí. No basta con un puñado de estudios. Ni siquiera centrarse en unos pocos rasgos psicológicos. Ni siquiera es válido un resultado cuando, a los pocos años, las redes sociales cambian, las pantallas cambia, las interacciones cambian, las apps cambian... incluso el mismo hardware o el dispositivo que se emplea, quizá será radicalmente distinto al actual en apenas una década (¿es posible que ni siquiera haya smartphones?).
Lo que es perentorio es no estigmatizar, no alarmar para vender libros o terapias, no buscar enemigos fáciles. La infelicidad tiene es multifactorial. La felicidad, también. Las pantallas son solo un elemento más de una miríada de causas interconectadas. Solo con tiento seremos capaces de no perdernos en la jungla de causas y efectos.