Gente que apesta en el bus y otros casos de insensibilidad social

Gente que apesta en el bus y otros casos de insensibilidad social
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Hay personas que se ponen a hablar contigo y no detectan, ni por asomo, que quieres zanjar la conversación e irte a casa, que no estás cómodo, que no te apetece estar ahí. Aunque pongas la cara de úlcera gástrica más exagerada que sabes fingir, aunque avises explícitamente de que te tienes que marchar, aunque hagas ademán de marcharte… ellos siguen hablando.

Hay personas que, sencillamente, son más refractarias a captar las sutilezas del universo emocional ajeno. Una clase de ceguera o miopía que, de paso, es uno de los indicadores diagnósticos de la dislexia social. Su opuesto, la intuición social, refleja una gran competencia a la hora de decodificar la corriente de mensajes no verbales.

Ceguera no verbal

En cualquier interacción hay una densa comunicación no verbal que puede ser más o menos evidente para nuestro interlocutor. No hace falta que estemos ante un autista para que advirtamos que el otro no es demasiado hábil interpretando nuestros gestos o inflexiones de voz.

Porque hay distintos grados de insensibilidad social que los autistas solo son un ejemplo extremo del mismo. Las personas que, por ejemplo, tienen problemas para identificar adecuadamente los movimientos que subrayan lo que se está diciendo se denominan “gestualmente disfuncionales”.

Falta de autoconciencia

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La falta de autoconciencia también constituye una forma de insensibilidad social. Son personas que parecen actuar como si no hubiera nadie más a su alrededor. Los que hablan con voz de subido diapasón, los que no respetan la cola en un comercio, los que son incapaces de reparar en que desprenden un olor corporal nauseabundo que se magnifica insoportablemente en un transporte público como el bus o el metro.

Las personas sin demasiada autoconciencia no solo pueden llegar a hablar demasiado alto en un restaurante donde nadie sube la voz, sino que, además, cuando meten la mata en estos asuntos y son reprendidos por ello, reaccionan con sorpresa o desconcierto. Es decir, no son nada conscientes de su insensibilidad.

Tal y como abunda en ello el psicólogo de Harvard Daniel Goleman en su libro Focus:

Richard Davidson utiliza, para determinar la sensibilidad social, una prueba centrada en la zona neuronal que se ocupa del reconocimiento y la lectura de las caras (“el área fusiforme facial”), en la que la gente contempla fotografías de diferentes rostros. Si se nos pide que identifiquemos la emoción que experimenta una determinada persona, el escáner cerebral muestra una actividad del área fusiforme. Como cabría esperar, las personas socialmente más intuitivas muestra, en tal caso, un elevado nivel de activación. Quienes, por el contrario, tienen dificultades en conectar con la longitud de onda emocional, muestran niveles mucho más bajos.

Con todo, la mayoría de nosotros fracasa en algún ámbito de la interpretación emocional de los demás, aunque sea a niveles microscópicos, como ese ligero arqueamiento de la comisura de la boca, o más evidentes, como las patas de gallo de la comisura de los ojos de resultas de una sonrisa franca, como la Duchenne.

Imágenes | Pixabay

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