Tal y como adelantábamos en la primera entrega de este artículo, un viaje a Malta un poco accidentado me puso a cavilar acerca de las conexiones entre nacionalismo y religión.
Como ya intuían los filósofos comunitaristas, como Taylor, Sandel o McIntyre, nuestra herencia cultural es tan importante como nuestra herencia genética. El propio McIntyre dejó escrito: «Heredo del pasado, de mi familia, de mi ciudad, de mi tribu o de mi nación una serie de deudas y de fondos, de expectativas y obligaciones legítimas.»
El nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí, decía George Bernard Shaw.
Es lo que los psicólogos sociales llaman sesgo egoísta. También hay otras conductas parecidas que refuerzan el efecto Lake Wobegon: el optimismo ilusorio, la autojustificación o el sesgo endogrupal, es decir, que sobrestimamos las capacidades de nuestro grupo, país, equipo, etc.
Podéis leer más sobre estos efectos en Lo que pasa cuando le ponemos pegatinas a nuestro coche.
El efecto BIRG (Basking In Reflected Glory, es decir, Complacencia en la gloria reflejada) es la responsable de que nos guste decir a los demás con orgullo que nosotros fuimos al mismo colegio que determinada celebridad, y que la gente diga “nosotros ganamos” cuando en realidad ganó un equipo de jugadores que chutan el balón a cambio sumas astronómicas de dinero.
La gente también crea psicológicamente pequeños grupos dentro del caos de la ciudad, guettos socioculturales. Es cierto que existen ideologías formadas alrededor de grupos mucho más grandes, por ejemplo, los nacionalismos. Pero dentro de un grupo nacionalista también se dan nacionalismos aún más provincianos: los de determinado barrio se perciben mejor que los barrios vecinos; luego hay calles que compiten por ser las mejores decoradas entre las demás calles vecinas; luego hay comunidades de vecinos que recelan de las comunidades de vecinos de enfrente.
Es decir, para abundar en lo irracional del nacionalismo, los nacionalismos no nacen integrando conscientemente a todos los habitantes del país en particular. Cuando un nacionalismo está formado por 10 millones de personas, los nacionalistas no piensan en 10 millones de personas, sino en los individuos más próximos. Esos 10 millones de personas, entonces, se convierten en algo así como en una nebulosa de seres humanos, parcialmente definida, inexistente a efectos psicoemocionales.
Pero el efecto BIRG tiene otras implicaciones más sutiles, aunque sumamente interesantes. Por ejemplo, que la gente tienda a mentir sobre su fecha de nacimiento para fijarla en días señalados. Un tendencia que incluso podemos observar en el clero. Sí, habéis leído bien. A los sacerdotes les encanta nacer en Navidad. El análisis lo realizó Albert Harrison, de la Universidad de California, según explica Richard Wiseman en su libro Rarología:
Recorriendo sus registros, clasificaron cada miembro del clero en uno de dos grupos: “clero eminente” eran aquéllos cuyo rango era el de obispo o más elevado, mientras que “clero no eminente” incluía a todos los demás. Sólo por azar, uno esperaría que aproximadamente el mismo porcentaje de ambos grupos hubiese nacido en Navidad. En realidad, una cantidad significativamente mayor de clérigos eminentes que de no eminentes afirmaba compartir cumpleaños con Cristo, lo que tal vez pruebe la idea de que cuanto más alto subes en el clero, más necesidad tienes de acercarte a Jesús.
En la próxima entrega de esta serie de artículos, remataremos analizando hasta qué punto Internet podrá erosionar el sentimiento nacionalista.
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