Tendemos a pensar que un juez es una persona justa y ecuánime, ciega a las pasiones y los prejuicios, que impide que su ideología o su estado de ánimo se infiltre en sus decisiones. Nada más lejos de la realidad. Los jueces no se conducen por los tribunales de ese modo porque el ser humano no está diseñado para hacerlo. Tanto es así que un mismo juez puede contradecirse a sí mismo en función del momento.
La única ventaja que tienen los jueces (algunos) es que están adiestrados para gestionar un poco mejor la constelación de sesgos que cruzan nuestra objetividad.
Falta de objetividad
En un estudio en el que se preguntó a 81 jueces del Reino Unido si otorgarían la libertad bajo fianza a una serie de acusados imaginarios, los jueces no lograron ponerse de acuerdo de forma unánime ni siquiera en uno solo de los 41 casos hipotéticos que se les presentaron.
Lo más sorprendente fue que, entre los 41 casos, había 7 que aparecieron repetidos dos veces, cambiando el nombre del acusado en la segunda ocasión para que el juez no se percatara de que se trataba de un duplicado. La mayoría de los jueces tomaron una decisión distinta en el mismo caso a pesar de que era exactamente igual.
Y la proporción de coincidencias de las decisiones de algunos de ellos en los casos duplicados no fue superior a la que habría sido se hubieran limitado a conceder la libertad bajo fianza de forma absolutamente arbitraria. No son unos resultadons anómalos, sino que se han repetido en muchos otros estudios, como explica Hannah Fry en su libro Hola mundo:
Muchos otros estudios han llegado a la misma conclusión: siempre que los jueces tienen la libertad de evaluar los casos por sí mismos, se producen enormes incoherencias. Dar margen a los jueces para actuar según su criterio equivale a permitir que haya un elemento de azar en el sistema.
Obviamente, estas incoherencias son menores si el caso objeto de estudio no requiere de tanta participación subjetiva del juez y éste solo debe aplicar las leyes ya establecidas. A la hora de determinar la libertad bajo fianza de un acusado, no obstante, participan muchos factores que no siempre se pueden recoger en una norma, a no ser que prefiramos unas normas inflexibles, incapaces de adaptarse a las infinitas posibilidades que ofrece la realidad.
En otras palabras: para ganar en precisión, deberemos pagar un tributo en forma de falta de otros criterios de imparcialidad.
Mejor que las personas normales
Los estadísticos tienen una forma de medir este tipo de coherencia en las opiniones: el denominado "coeficiente kappa Cohen", que tiene en cuenta que, aunque uno se limite simplemente a hacer las conjeturas más descabelladas, podría terminar siendo coherente por puro azar. Una puntuación de 1 denota una coherencia perfecta; una puntuación de 0 implica que no eres más coherente de lo que serías si actuaras de forma absolutamente aleatoria. Las puntuaciones de los jueces, en el primer estudio citado, oscilaban entre 0 y 1, con una media de 0,69.
Esta es una media superior a la del ciudadano de a pie. Así que no hemos de empezar a desgarrarnos las vestiduras y clamar al cielo porque la justicia no es coherente. La alternativa a la justicia es el caos de las opiniones legas, lo que equivale a un mayor grado de incoherencia. Hay que recordar, por ejemplo, que la falsa identificación por parte de testigos oculares está detrás de más del 70 % de las condenas erróneas. Estamos hablando de personas normales que se equivocan casi sistemáticamente al identificar a los acusados. La película Doce hombres sin piedad es la que mejor ha representado esta idea.
Así pues, no es que debamos desestimar a los jueces porque están sesgados: la alternativa sería confiar en los ciudadanos normales, lo cual probablemente nos condenaría a una justicia mucho más sesgada, la del pueblo, la de las turbas, la de las leyes ad hoc. Sería algo similar a criticar la medicina alópata de todos sus errores, que son muchos, y proponer entonces confiar en la medicina alternativa o en que cada uno de nosotros se cure por sí mismo. El caos no se combate con más caos, sino subiendo, peldaño a peldaño, hacia el orden. Lo que debemos es aceptar la fiabilidad del ser humano, y quizá esperar que un conjunto de algoritmos, en un futuro próximo, nos sirvan para impartir una justicia más ecuánime.
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