No todas las características de nuestra biología tienen propósito evolutivo o mejoran de algún modo nuestra supervivencia. Algunos rasgos son subproductos de tales propósitos evolutivos que, al no menoscabar suficientemente la calidad de vida, perduran en el tiempo. La depresión, por ejemplo, podría ser uno de ellos: un fallo del sistema que es demasiado costoso erradicar desde el punto de vista evolutivo si pretendemos disponer de un cerebro tan complejo.
Sin embargo, algunos psicólogos consideran que la depresión sí que puede tener un propósito evolutivo que precisamente por eso está ahí y la padecen tantas personas. Según informa la Organización Mundial de la Salud, afecta a unas 350 millones de personas en todo el mundo.
Tristeza para reflexionar
Las teorías sobre la función evolutiva de la depresión son numerosas. Una de las ideas actuales más populares es la hipótesis del pensamiento analítica. Esta idea fue descrita más detalladamente en un estudio de 2009 de Paul Andrews, un psicólogo evolutivo ahora en la Universidad McMaster, y J. Anderson Thomson, un psiquiatra de los Servicios de Salud Estudiantil de la Universidad de Virginia.
Andrews había notado que los síntomas físicos y mentales de la depresión, como la falta de placer o interés en la mayoría de las actividades, predisponían al pensamiento analítico, a la obsesión por la fuente del padecimiento, así como un amento del sueño REM, un momento en que el cerebro consolida los recuerdos.
El propósito de la depresión, entonces, sería el alejarnos de las actividades normales de la vida para centrarnos en comprender o resolver el problema subyacente que desencadenó el episodio depresivo, por ejemplo, una relación fallida. La depresión, pues, sería un reseteo temporal de la ilusión optimista de que todo va bien y todo tiene sentido para que nos centremos enmendar un problema gravoso. En un estudio de 61 sujetos deprimidos, por ejemplo, 4 de cada 5 informaron al menos un aspecto positivo de su reflexión, incluida la autoevaluación, la resolución de problemas y la prevención de errores futuros.
Suicidio como comportamiento estratégico (fallido)
Incluso el comportamiento suicida podría ser útil evolutivamente, convirtiendo así al sucidio en un comportamiento estratégico. Es al menos lo que sostiene una pequeña minoría de investigadores que considera que podemos haber evolucionado para, en las condiciones adecuadas, intentar suicidarnos. Edward Hagen, antropólogo de la Universidad Estatal de Washington, es uno de los defensores más entusiastas de esta idea.
Básicamente hay dos modelos de comportamientos suicidas estratégicos. El primero se basa en la idea del gen egoísta de Richard Dawkins o como sintetizaba irónicamente el biólogo John Burdon Sanderson Haldane: "sacrificaría mi vida a cambio de tres hermanos o de nueve primos". Es decir, que nuestro organismo quiere perpetuar nuestra herencia genética, y si lo logra sacrificando su vida, porque así salva otros organismos donde hay fragmentos de su ADN, el sacrificio adquiere todo el sentido biológico.
El segundo modelo tiene que ver con la llamada "señalización costosa" o "teoría del hándicap". El ejemplo paradigmático de este comportamiento lo exhibe el pavo real: cuanto más hiperbólica es su cola, mayor atractivo suscita en la hembra, a pesar de que arrastrar una cola tan grande es un lastre para la superviviencia. La razón que subyace a este atractivo es: "si el pavo real sigue vivo a pesar de esta cola debe de ser fuerte y astuto y poseer una genética envidiable que deseo transmitir a mis vástagos".
A pesar de que este comportamiento incrementa la probabilidad de morir, también aumenta la probabilidad de lograr una ventaja evolutiva: aparearse con hembras más codiciadas. En ese sentido, el intento de suicidio (recordemos que la mayoría de ellos se frustran por algún motivo) sería una señalización que persigue la ayuda de otros congéneres. El riesgo es morir, pero también hay una posibilidad de ser ayudado de forma privilegiada a resolver los conflictos que afligen al suicida. Y, en tal caso, esta forma patológica de súplica que trasciende las lógicas de coste/beneficio puede ser un último intento de mejorar la supervivencia porque los congéneres asumen en efecto que un comportamiento tan extremo requiere de una ayuda especial.
Con estos dos modelos en mente, Hagen y sus colegas analizaron 474 registros etnográficos que describen el comportamiento suicida en 53 culturas de todo el mundo. El resultado fue que 1 de cada 3 culturas tenía un registro que describía a una víctima de suicidio como una carga para los demás. En algunos registros, se describió que la víctima tenía un bajo potencial reproductivo (debido a su avanzada edad o mala salud), y en unos pocos se describía que los sobrevivientes de la víctima estaban mejor después de una muerte. Contra el modelo, sin embargo, muchos más registros describieron a los miembros de la familia como peores, y muchas víctimas estaban sanas.
Tres observaciones fueron muy reveladoras: en primer lugar, las víctimas a menudo habían sufrido un evento amenazante, como la pérdida de una pareja o recursos, cuyas repercusiones a largo plazo dependían de cómo respondían los demás. En segundo lugar, las víctimas a menudo eran personalmente impotentes. En tercer lugar, a menudo estaban en conflicto con quienes les rodeaban, buscando así una herramienta de negociación. En general, las víctimas necesitaban ayuda para resolver un problema crítico y no lo recibían. En una comunidad dada, pues, la depresión puede convertirse en una moneda de cambio al arriesgar la supervivencia de los propios genes y las personas a su cargo.
En un estudio de 2016, Hagen y Tom Rosenström, un psicólogo de la Universidad de Helsinki, se evaluó los datos de 4.192 adultos estadounidenses de un estudio en curso realizado por los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Concluyeron que debido a que los hombres son físicamente más fuertes que las mujeres, son más propensos que las mujeres deben usar la ira como una táctica de negociación en los conflictos sociales, mientras que las mujeres tienen más probabilidades de depender de la depresión. De hecho, los datos mostraron que las personas con mayor fuerza en la parte superior del cuerpo eran menos propensas a sufrir depresión.
La depresión parece ser una herramienta (consciente o inconsciente) para aquellos que no pueden fortalecer el apoyo que necesitan.
Estemos a favor o en desacuerdo de estas teorías, éstas arrojan algunas ideas interesantes a propósito nuestras respuestas tradicionales a la depresión. En vez de tratar con antidepresivos a todos los pacientes, quizá habría que analizar también sus circunstancias vitales. En muchos casos, prescribir de antidepresivos puede mejorar el estado de ánimo del paciente, pero en el proceso evita que se resuelva el conflicto subyacente.
Incluso si la depresión evolucionó como una herramienta útil a través de los siglos, eso no la hace útil hoy en día. Hemos evolucionado para desear el azúcar y la grasa, pero esa adaptación no concuerda con nuestro entorno moderno de abundancia calórica, lo que está conduciendo a una epidemia de obesidad. Si bien durante la mayor parte de la evolución vivimos con familiares y pasamos todo el día con personas dispuestas a intervenir en nuestras vidas, hoy estamos aislados y nos movemos de una ciudad a otra, interactuando con personas menos comprometidas con nuestra capacidad reproductiva. Por lo tanto, las señales depresivas pueden pasar desapercibidas, resultar muy poco eficaces, y luego complicarse. Lo cual podría ser una de las explicaciones del actual incremento de suicidios.