Una de las ideas más contraintuitivas que ha florecido de la moderna experimentación psicológica es que las personas no responden tan fuertemente a incentivos económicos como a otros no económicos. Eso no significa que la ciencia haya descubierto que el dinero no es importante, sino que no lo es tanto como creíamos. O no lo es muchas situaciones.
Además, debemos empezar a prepararnos para un mundo nuevo en el que la mayoría de las cosas que hagamos no serán a cambio de dinero y donde la mayoría de cosas que adquiramos serán gratuitas, como podéis leer más extensamente aquí.
Un caso práctico: donar sangre
La mayoría de los donantes de sangre en Estados Unidos, hasta hace pocos años, recibía una compensación económica a cambio de su gesto, pagada por entidades con y sin ánimo de lucro. En Europa es un fenómeno menos conocido. Por ejemplo, En gran Bretaña las donaciones se organizan a través del Servicio Nacional de Salud y son voluntarias, sin ninguna remuneración.
El sociólogo Richard Titmuss comparó ambos sistemas, descubriendo que la sangre del sistema británico era de mayor calidad (meno probabilidad de que el receptor contrajese hepatitis), se desperdiciaba menos sangre y había menos escasez general en los hospitales. Sin contar que pudiera existir un problema moral cuando los más ricos exploran a los más necesitados a través de sus fluidos u órganos.
Muchos economistas negaron que esto era posible. Si bien en sistema estadounidense funcionaba peor, no podía ser sencillamente porque se remunera económicamente al donante. Kenneth Arrow, premio Nobel de Economía, por ejemplo, admitió que hay personas que responden mejor a incentivos morales, pero que muchos otros solo respondían a cambio de dinero.
A pesar de las objeciones, las pruebas se impusieron, Estados Unidos adoptó el sistema de donaciones voluntarias sin remunerar, y los donantes altruistas fueron más, aunque descendieran unos pocos donantes retribuidos, tal y como explica Yochai Benkler en su libro El Pingüino y el Leviatán:
Una vez desaparecieron los incentivos materiales, las donaciones aumentaron en calidad y en cantidad, y el sistema en su conjunto funcionó de manera más estable y eficaz de lo que lo había hecho antes. (…) Un impactante estudio realizado hace poco tiempo en Suecia, donde históricamente existe un sistema de donación voluntaria, demostró que las donaciones de las mujeres disminuían de modo considerable si se les ofrecía un pago a cambio de la donación de sangre, mientras que ello no sucedía en el caso de los hombres. Las donaciones de las mujeres volvieron al nivel original cuando se les dio la oportunidad de que entregasen el dinero recibido a una fundación dedicada a combatir los problemas de salud infantil.
Controversias
La discusión sobre qué sistema es más efectivo continúa hoy en día, porque quizá hay alguna variable que no tenemos en cuenta que favorece un sistema sobre otro con independencia de si se paga o no por sangre. Pero lo que parece evidente es que no está tan claro como habíamos creído siempre que el dinero proporciona una mayor implicación de la gente en una causa como donar sangre (y en otras tantas).
Parece que, además del deseo de dinero, hay otras motivaciones, como las necesidades emocionales, las motivaciones o conexiones sociales y los compromisos morales. Todas esas fuerzas tiran por lados independientes, a veces en conflicto entre sí.
Economistas como Bruno Frey y Samuel Bowles, y psicólogos como Edward Deci y Richard Ryan han analizado experimentos similares para evaluar este fenómeno en diversos escenarios y en muchos campos diferentes. Los resultados son bastante claros y convincentes. (…) Sabemos gracias a cientos de estudios experimentales que en una situación determinada, cabe esperar que la mitad de la población se comporte de manera cooperativa y generosa, y una tercera parte de la población lo haga de manera egoísta. Por lo tanto, lo que realmente necesitamos son sistemas que aprovechen tanto las motivaciones sociales como las egoístas, evitando al mismo tiempo que estas últimas excluyan a las primeras.
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