Para cambiar nuestro cerebro ni siquiera hace falta que realicemos una actividad concreta. Basta con imaginar que la estamos realizando.
Uno de tantos experimentos que se han llevado a cabo para aportar pruebas de cómo nuestros patrones de pensamiento afectan a la anatomía de nuestros cerebros es el de Pascual-Leone, cuando era investigador de los Institutos Nacionales de Sanidad.
Para realizar el experimento, se reunió a un grupo de voluntarios sin experiencia en tocar el piano y se le enseñó una melodía simple consistente en una serie corta de notas. Luego se dividió el grupo en dos.
El primer grupo debía practicar la melodía en un piano dos horas al día durante los próximos cinco días. Los miembros del otro grupo debían sentarse frente a un piano durante la misma cantidad de tiempo, pero limitándose a imaginar que tocaban la melodía, sin tocar ni siquiera las teclas.
Mediante una técnica llamada estimulación magnética transcraneal, o TMS, Pascual-Leone registró la actividad cerebral de todos los participantes antes, durante y después de la prueba. Encontró que la gente que sólo había imaginado tocar las notas presentaba exactamente los mismos cambios en su cerebro que los que de hecho las habían tocado al piano. Su cerebro había cambiado en respuesta a acciones que sólo se habían producido en su imaginación; es decir, como respuesta a sus pensamientos.
Así pues, neurológicamente la tecnología cambia nuestro cerebro. Aunque sólo nos imaginemos que la usamos.
Vía | Superficiales de Nicholas Carr
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