La moral es más irracional que racional

La moral es más irracional que racional
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Por mucho que nos empecinemos en practicar una ética utilitarista, racional y lógica, en la que nuestros juicios morales estén ponderados y sean equitativos, lo cierto es que la mayoría de nuestras intuiciones morales brotan de forma tan alambicada como una jungla tropical.

La razón es que, además, nuestra conducta no obedece a rasgos estáticos y permanentes de carácter aplicables a todos los contextos. Y esto es algo que empezamos a saber hace casi cien años, gracias a unos experimentos realizados en la década de 1920.

Llevada a cabo por los psicólogos de la Universidad de Yale Hugh Harsthorne y Mark May, la investigación abarcó 10.000 escolares a los que se les ofreció la oportunidad de mentir, engañar y robar en una variedad de situaciones.

Las conclusiones fueron totalmente impredecibles, caóticas y ajenas a patrones, tal y como explica David Brooks en su libro El animal social:

La mayoría engañaba en unas situaciones pero no en otras. Su índice de engaño no guardaba relación con rasgos mesurables de la personalidad ni evaluaciones de razonamiento moral. En investigaciones más recientes se han observado el mismo patrón general. Alumnos rutinariamente deshonestos en casa no lo son en la escuela. Personas que son valientes en el trabajo pueden ser cobardes en la iglesia. Los que se comportan con amabilidad en un día soleado pueden ser crueles al día siguiente, cuando está nublado y se sienten tristones. La conducta no exhibe lo que los investigadores denominan “estabilidad trans-situacional”. Más bien parece estar poderosamente influida por el contexto.

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En otras palabras, lo del doctor Jeckyll y Mr Hyde es una simplificación de nuestra verdadera personalidad. En realidad, dentro de nosotros, deben de haber muchas más que dos personalidades diametralmente opuestas.

La moralidad tiene rasgos universales. Del mismo modo que todos disponemos de una serie natural de emociones, también poseemos una serie de “emociones morales” a través de las que rechazamos a las personas que incumplen los compromisos sociales.

Por ejemplo, si vemos a alguien desolado por la pérdida de su hijo, empatizamos; pero si vemos a alguien desolado porque ha perdido su Porsche, experimentamos desdén. Las percepciones morales son casi como percepciones estéticas.

Por esa razón, al igual que sabemos al instante si un plato está bueno (solo basta con probar un bocado), también hacemos evaluaciones rápidas de muchos conflictos morales inspirados por su sabor, su aspecto, su olor. En el Instituto Max Planck de Psicolingüística se ha examinado, por ejemplo, que es posible detectar sentimientos evaluadores en el espacio de 200-250 milisegundos después de leer una declaración de asuntos moralmente intrincados como la eutanasia.

Si los razonamientos morales fueran exclusivamente racionales, entonces el mundo sería un lugar horrible, porque mucha gente no tiene tiempo ni recibe la suficiente información como para ponderar racionalmente lo que es mejor para los demás.

Sin embargo, al existir una parte emocional, automática, que viene de serie en nuestra biología, somos animales sociales y morales capaces de trabar alianzas con desconocidos o ayudar al prójimo a riesgo de perder la propia vida en pocos segundos (porque ello incrementa nuestra reputación social y nuestras neuronas espejos no pueden sentir parte de lo que siente el otro).

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