A menudo nos asombra hasta dónde puede llegar a hacer una turba de gente. Lo podemos observar en los partidos de fútbol que acaban en tragedia. Parece ser que la gente, cuando está en grupo, se funde con él y deja aflorar su parte más primitiva.
Las personas se comportan de manera distinta cuando están a solas que cuando están acompañadas. Incluso cuando la compañía es muy pequeña. A veces, por ejemplo, nos asombra que una persona esté siendo agredida mientras un puñado de personas contempla la escena sin hacer nada para impedirlo.
Como si las personas se volvieran apáticas en compañía de otros.
Es lo que quedó en evidencia en un famoso experimento dirigido por dos psicólogos de Nueva York, Bibb Latane, de la Universidad de Columbia, y John Darley, de la Universidad de Nueva York. Un experimento bautizado como “el problema del transeúnte que pasaba por allí.”
En él descubrieron que, a la hora de auxiliar a alguien que se encuentra en apuros en mitad de la calle, el factor que más influye no es otro que el número de testigos que contemplan el accidente.
Por ejemplo, los investigadores pidieron a un estudiante que fingiera un ataque epiléptico en un aula, a solas. Cada vez que alguien estaba solo en el aula contigua y oía que pasaba algo malo, dicha persona acudía en su ayuda en el 85 % de los casos.
Pero si la persona pensaba que otras cuatro personas podían oír también el ataque epiléptico, sólo acudían en su ayuda en el 31 % de los casos.
Un experimento parecido arrojó datos similares cuando las personas veían salir humo de debajo de una puerta. Porque, al estar en grupo, se diluye el sentido de la responsabilidad. Se asume que otra persona hará la llamada de salvamento o que, al no ver a nadie reaccionando, el problema aparente no es tal problema.
Este es el poder del contexto. Es mejor que una persona individual nos vea siendo atacados que no un grupo de personas: tenemos más posibilidades de que nos ayuden.
Una tesis que se ve perfectamente evidenciada en uno de los incidentes más famosos de la historia de la ciudad de Nueva York: el apuñalamiento, en 1964, de Kitty Genovese, una joven del barrio de Queens. Su asesino la atacó tres veces en mitad de la calle, durante media hora, mientras los vecinos podían ver lo que estaba sucediendo desde las ventanas.
En toda es madia hora, ninguno de los 38 testigos llamó a la policía por teléfono.
Vía | Bongobundos
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