La mayoría de las personas dedican entre una y cuatro horas a su smartphone. De media, un usuario coge su dispositivo unas tres veces por hora. Este tipo de uso, si se excede, acaba por provocar nomofobia (miedo a estar privado del contacto con el teléfono).
Pero no solo nos roba tiempo para comprobar compulsivamente redes sociales, el correo o jugando con adictivas apps: la presencia de un teléfono móvil en una conversación entre personas incluso es perjudicial en sí mismo.
Efecto en las conversaciones
En 2013, se realizó un estudio en el que se sentaban a parejas de desconocidos en una sala para que charlaran. El tema era abordar algo interesante que les hubiera pasado el último mes.
Algunas parejas tenían un smartphone inactivo cerca, mientras que en otros casos, el dispositivo había sido sustituido por un bloc de notas.
Todas las parejas establecieron cierto tipo de relación, pero a los que se conocieron en presencia de un smartphone les costó más conectar. La conclusión del estudio la explica así Adam Alter en su libro Irresistible:
Describieron las relaciones que construyeron como relaciones de peor calidad, y a sus compañeros como menos empáticos y menos de fiar. La mera presencia del teléfono supone una distracción, incluso cuando no se usa de forma activa. Nos distrae porque nos recuerda al mundo que espera más allá de la conversación inmediata, y la única solución, escribieron los investigadores, pasa por apartarlo por completo.
Imagen | pabak sarkar