En un experimento llevado a cabo por el psicólogo Dan Ariely con la benida energética de PepsiCo llamada SoBe Adrenaline Rush se descubrió algo verdaderamente llamativo: su eficacia no estaba reñida por el precio que ponía en su etiqueta.
En el experimento, se somunistraron latas de esta bebida a estudiantes que salían de un gimnasio. Unos pagaban un precio, y los otros pagaban la mitad. Los que habían pagado más decían posteriormente sentirse menos fatigados de lo normal gracias a la bebida. Sin embargo, el experimento solo se basaba en las impresiones de los participantes. ¿Realmente había menos fatiga? ¿La bebida era más eficaz simplemente porque su precio era mayor?
Como SoBe también proporciona energía para la mente en forma de cafeína, en una segunda parte del experimento se decidió someter a ambos grupos (los que pagaban más y los que pagaban menos por la bebida energética) a un test que consistía ordenar letras desordenadas para formar palabras. Tal y como explica el propio Ariely en su libro Las trampas del deseo:
Los que habían comprado la bebida al precio normal también resolvieron una media de nueve palabras, lo que no representaba diferencia alguna con el resultado de los que no la habían tomado en asoluto. Pero lo más interesante fueron las respuestas del grupo que había comprado la bebida a mitad de precio: éste resolvió correctamente una media de 6,5 palabras. ¿Qué podemos deducir de ello? Que, en efecto, el precio marca una diferencia; y en este caso la diferencia fue un salto de alrededor de un 28 % en el rendimiento a la hora de reordenar palabras con las letras desordenadas.
En otras palabras, aquella bebida energética no te hacía más inteligente, pero si era barata, te hacía más torpe, intelectualmente hablando. Lo más interesante, sin embargo, llegó en otra parte del experimento. En ésta, se informaba a los usuarios que había más de cincuenta estudios científicos que refrentaban la idea de que SoBe mejoraba el rendimiento intelectual, sobre todo en tareas de resolución de juegos de palabras. En las latas también se imprimía el mensaje de esta cualidad.
Lo que ocurrió entonces es que los bebedores de SoBe caro mejoraron un poco más su rendimiento. Y los del barato, también, aunque todavía lo hacían peor que los que bebían de las latas caras.
Este vez, pues, SoBe sí hizo a la gente más inteligente. Cuando hicimos propaganda de la bebida afirmando que había cincuenta estudios científicos que revelaban que SoBe mejoraba la actividad mental, lo que la compraron a precio rebajado resolvieron una media de 0,6 palabras más, mientras que los que leyeron el mensaje de propaganda y la comparon al precio normal resolvieron una media de 3,3 palabras más. Dicho de otro modo: el mensaje de la botella (o mejor dicho, en la cubierta del folleto), junto con el precio, probablemente resultaban más potentes que la propia bebida de su interior.
Este fenómeno no es tan raro. Estamos ante el efecto placebo, y también se produce en toda clase de productos, como los propios medicamentos. Por ello, para averiguar la eficacia de un nuevo medicamento hay que hacer dos grupos (uno que toma el medicamento y otro que toma una sustancia inocua, el placebo). Si en los resultados apenas hay diferencias es que el placebo es tan o más fuerte que el propio medicamento, con lo cual el medicamento carece de eficacia (es lo que sucede, por ejemplo, en los ensayos con homeopatía).
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