A lo largo de un extenso y arduo proceso evolutivo de selección darwiniana, en la que solo sobrevivían (y se reproducían) los mejor adaptados, la inteligencia no dejó de desarrollarse.
El cerebro creía cada vez más, se hacía más complejo, a la vez que el canal del parto se reducía de resultas de la adquisición de la locomoción bípeda: por esa razón, empezamos a nacer a medio formar, con el cerebro aún verde, esperando madurar y crecer fuera del útero. Las pruebas más antiguas de bipedismo se han encontrado en huellas fosilizadas en Tanzania, y datan de hace unos tres millones de años.
Los bebés, precisamente por ello, son criaturas incapaces de sobrevivir por sí mismas; cuando otras especies de animales, a los pocos minutos de nacer, ya saben todo lo que deben hacer para salir adelante.
Frente a esta explosión de inteligencia, una de las teorías que se barajan que podrían haber contribuido a su desarrollo es, cuando menos, atrevida: las drogas psicoactivas. Pero ¿acaso las drogas no han funcionado a lo largo de historia como alimentadores del cerebro, volviéndonos más creativos y audaces, forjando ensoñaciones y religiones, explorando nuevas vetas artísticas?
Naturalmente, la alimentación también influyó a la hora de mantener en funcionamiento una máquina que necesitaba de tanta energía para funcionar. De hecho, de no haber inventado el fuego y, con ello, la cocción de los alimentos, hubiera sido difícil que nuestro cerebro creciera tanto: al comer crudo, necesitamos tanta energía para alimentarnos y digerir que extraemos muchas menos calorías en el proceso. Y el cerebro es un consumidor gigantesco de calorías.
Hongos psicoactivos
Pero antes de la cocción, también fueron importantes determinados productos vegetales, como frutos secos y avellanas, almendras y nueces, que, gracias a su aporte calórico y sus oligoelementos, se convirtieron en alimento esencial para nuestra masa gris. Según Jorge Blaschke, en su libro Cerebro 2.0, entre esos alimentos estaban los hongos.
Con la domesticación del ganado, los seres humanos aún tuvieron más contacto con los hongos, ya que éstos crecían también entre los excrementos del ganado:
También el cornezuelo de centeno que se cría en las espigas de los cereales, y uno de sus componentes principales es el ácido lisérgico y la ergotamina. La ergotamina es similar a algunos neurotransmisores que tiene efectos a nivel del sistema nervioso central. Se trata de un vasoconstrictor que puede crear cierta dependencia en algunos casos
(...)
Los primeros seres primitivos que deambulaban por las sabanas y praderas empezaron a desarrollar más conexiones entre las neuronas, como consecuencia de los efectos producidos por los hongos psicoactivos, lo que permitió procesar más información y crear una repentina expansión del tamaño del cerebro.
Una expansión del cerebro a la que quizá en breve asistamos de nuevo gracias al diseño de drogas inteligentes, o nootrópicos, como PKMzeta (para rejuvenecer el cerebro), XBD173 (para combatir la ansiedad), NLGN4 (para alcanzar el máximo de concentración) y otras tantas.
Foto | Thomas Schultz (CC) |
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