El ser humano encuentra muchas razones para enfrentarse durante años y con el ánimo de aniquilar sistemáticamente al bando contrario. Las guerras propiciadas por motivos religiosos, por ejemplo, así como las propiciadas por ideologías irracionales o nacionalismos, si bien no son siempre las más largas y cruentas, sí que acostumbran a serlo, según un estudio realizado por el sociólogo Evan Luard en su War in International Society.
Porque las ideas que articulan la guerra proceden de una fuente confiable de saber, indiscutible, sobre todo en el caso de las guerras religiosas, porque esa fuente es nada menos que Dios.
Mi creencia es mejor que la tuya y ese punto no se puede discutir
Sólo entre 1559 y 1648, coaliciones religiosas rivales batallaron por el control de ciudades y estados en al menos 25 guerras internacionales y 26 guerras civiles. Protestantes contra católicos, cristianos contra turcos musulmanes, musulmanes chiitas participando en cuatro guerras entre Turquía y Persia. Todos defendiendo su propia verdad indiscutible.
También influyeron algunos avances en la tecnología para matar, pero la pasión religiosa era el mayor acicate para seguir adelante y aniquilar hasta la última de las almas que no estuvieran de acuerdo con el propio credo religioso, tal y como ha señalado el historiador de la diplomacia Garret Mattingly al referirse a conflictos como la Guerra de los Treinta Años o la Guerra de los Ochenta Años:
Cuando las cuestiones religiosas llegaron a dominar a las políticas, cualquier negociación con el enemigo de un estado parecía cada vez más herejía y traición. Las cuestiones que dividían a los católicos y los protestantes habían dejado de ser negociables. Por consiguiente (…) disminuyeron los contactos diplomáticos.
El fervor ideológico que procede de fuentes irracionales (indiscutibles, que tropiezan en la falacia de autoridad, etc. ) actúa como un potente acelerador de una conflagración militar. Las verdades absolutas procedentes de una divinidad, no obstante, no evitaban las profundas disonancias cognitivas de sus prosélitos: ante el “no matarás” mataban alegremente. Otros credos sencillamente consideraban poco menos que animales a los que tenían opiniones divergentes, tal y como señala Evan Luard con estos ejemplos:
El atroz derramamiento de sangre podía ser atribuido a la ira divina. El duque de Alba hizo matar a toda la población de Naarden tras su captura (1572), porque consideró que se trataba de un castigo de Dios por su obstinación en resistir; como pasó tiempo después con Cromwell, que tras permitir a sus tropas saquear Drogheda y causar un terrible baño de sangre, declaró que había sido “un justificado castigo de Dios”. Así pues, por una cruel paradoja, quienes combatían en nombre de su fe solían ser menos susceptibles de mostrar humanidad ante sus adversarios en la guerra. Y esto se refleja en las tremendas pérdidas de vidas humanas, debido tanto a la guerra como al hambre o la destrucción de las cosechas que se producían en las zonas más devastadas por los conflictos religiosos de la época.
Cabe insistir, por enésima vez, que no sólo la religión conduce a las personas que aspiran a hacer el bien a hacer cosas horribles. La religión solo es una poderosa excusa, casi siempre a salvo de las críticas so pena te diga aquello de: “me estás ofendiendo.” o "respeta mis creencias religiosas" o "te voy a denunciar por blasfemia". Unas expresiones que, por cierto, son de las pocas del mundo que a mí personalmente me ofenden.
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