Los efectos psicológicos de nuestro nombre, como ya os conté en ¿Hasta qué punto nuestro nombre puede condicionar nuestra vida? (I) y (y II), pueden ser poderosos.
Incluso las simples siglas de nuestro nombre y nuestros apellidos producen efectos en la manera en que nos tratan y, por extensión, en la calidad y longevidad de nuestra vida, como ha sugerido un polémico estudio llevado a cabo por el profesor de psicología Nicholas Christenfeld, de la Universidad de California.
Un estudio que podría catalogar las iniciales como de lentas asesinas de personas.
En 1999, Christenfeld analizó los nombres de personas que fallecieron en California desde 1969 hasta 1995, y elaboraron listas positivas y negativas de las iniciales de sus nombres. Por ejemplo, ACE (as), WIN (ganar) o VIP (very importan people) fueron incluidas en el grupo de iniciales positivas. RAT (rata), BUM (holgazán) o SAD (triste), en el grupo de iniciales negativas.
Tras examinar las iniciales de aproximadamente 3.500 personas, Christenfeld descubrió una correlación muy fuerte entre esperanza de vida y connotación de las iniciales de su nombre.
Los resultados fueron sorprendentes. Por muy inverosímil que pueda parecer, Christenfeld llegó a la conclusión de que nuestras iniciales pueden realmente influir en el tiempo y en la causa de nuestra muerte. “Un símbolo tan simple como las iniciales de uno puede añadir cuatro años de vida o sustraer tres años de ella”, escribió en un artículo publicado en el Journal of Psychosomatic Research, una publicación académica de reconocido prestigio.
En concreto, los hombres que tenían iniciales positivas como GOD (Dios), HUG (abrazo) y JOY (alegría) vivían 4,48 años más que los que tenían iniciales neutras. Los hombres que tenían iniciales negativas como HOG (gorrino), BAD (malo), APE (simio) y DIE (morir) vivían 2,8 años menos. En el caso de las mujeres, los efectos eran menores: las iniciales positivas suponía 3,36 años más de vida, mientras que las iniciales negativas no tenían ningún impacto.
La mayoría de iniciales no significan nada, pero las que tienen significados que la gente asocia a aspectos positivos o negativos actúan como diminutos agentes irritantes, como factores estresantes que, año tras año, se acumulan en la persona que los padece, hasta el punto de que influye en la salud:
Nuestras iniciales por sí mismas no acaban con nosotros, aunque contribuyen a todos los demás daños que nos hacemos a nosotros mismos a lo largo de nuestra vida, como no comer suficiente fibra, fumar cigarrillos, beber en exceso o que nuestro jefe nos grite todos los días.
Por contrapartida, poseer iniciales más positivas influye en que asumamos menos riesgos: las personas con iniciales positivas experimentaron un 33,7 % menos de muertes accidentales que las personas con iniciales neutras.
Naturalmente, este efecto se produce en países en los que se suele firmar con las iniciales o donde las iniciales son importantes, como en Estados Unidos. Y, a pesar de todo, afecta a una minoría de personas y de forma lo suficientemente sutil como para que el controvertido estudio haya sido impugnado por otros investigadores, como dos profesores de economía de la Universidad de Pomona, en el sur de California, que al examinar los mismos datos llegaron a la conclusión de que el efecto era irrelevante.
Hasta que las investigaciones al respecto ofrezcan datos más sólidos, sin embargo, tal vez deberíamos prestar más atención a los efectos subliminales que ejercen nuestros nombres, tal y como refiere el escritor Ben Sherwood, cuyas siglas BS, entre otras cosas, son la abreviatura de la palabra bullshit (gilipollez):
he tenido que soportar muchas burlas por ellas durante muchos años. Muy pronto aprendí a ocultarlas añadiendo la inicial de mi segundo nombre B. Así que, nunca más BS. Los insultos escatológicos desaparecieron. Y todo porque las siglas BBS son totalmente inocuas.
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood
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