Existe una significativa tendencia a repetir, generación tras generación, una serie de lamentos a propósito de las nuevas generaciones: que se han perdido los valores, que los jóvenes ya no respetan a sus mayores, que sus gustos se han tornado superficiales o inanes, que estamos abocados al abismo, que son más violentos, más asociales, más impulsivos.
Son lamentos que aparecen cíclicamente y que en pocas ocasiones se corresponden con la realidad porque nacen del prejuicio y de una inabarcable brecha generacional. Los mayores no entienden a los jóvenes, y los jóvenes hacen lo posible para no entenderse con los mayores. Para advertirlo basta con echar un vistazo a algunas advertencias y admoniciones a propósito de la juventud a lo largo de la historia, como es el caso de la Antigua cultura grecorromana.
Incluso los filósofos tropezaban en estas críticas a la juventud y la educación. Aristóteles decía “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral.”
Platón abundaba en ello: “¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral está decayendo. ¿Qué va a ser de ellos?”
El poeta Horacio publicó un libro titulado Sobre la estupidez en el que se queja de las ofensas que sufren los maestros debido a la indiferencia de los padres.
Hasta hubo críticas o protocríticas a lo que hoy se dice de la tablet. Quintiliano, en Instituciones oratorias, las defiende así: "Es muy bueno escribir en tablas enceradas, en las cuales se puede muy fácilmente borrar lo que se escribe". A diferencia de escribir en pergamino, que el constante movimiento del cálamo al tintero frena la mano e interrumpe el proceso mental.
Juvenal también se lamenta del programa educativo, considerándolo falto de imaginación y repetitivo, en Sátiras: "Esa col tan manida asesina a los míseros maestros".
Estos lugares comunes, de hecho, se ponen de manifiesto en todos los ámbitos de la vida, porque tendemos a ponernos tremendistas a la hora de analizar nuestro presente: casi siempre es la peor de las épocas o nos encontramos a punto de extinguirnos.
Como ya dijo Adam Smith: «Rara vez pasan cinco años sin que se publique un libro o panfleto que pretenda demostrar que la riqueza de la nación está decayendo rápidamente, que el número de habitantes del país está disminuyendo, la agricultura está siendo abandonada, la manufactura va en decadencia y el comercio está deshecho».
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