Qué duda cabe que en estos tiempos ajetreados en los que abunda el multikasting, un audiolibro ofrece muchas ventajas: podemos consumirlo mientras conducimos, mientras corremos, mientras estamos en la cama con los ojos cerrados, o incluso mientras hacemos muchas otras tareas cognitivamente más importantes.
Sin embargo, hay algunas diferencias sustanciales entre leer un libro y escuchar un libro.
El compromiso y la presencia del narrador
La escritura tiene menos de 6.000 años, tiempo insuficiente para la evolución de los procesos mentales especializados dedicados a la lectura. Usamos el mecanismo mental que evolucionó para comprender el lenguaje oral para apoyar la comprensión del lenguaje escrito. De hecho, las investigaciones muestran que los adultos obtienen puntajes casi idénticos en una prueba de lectura si escuchan los pasajes en lugar de leerlos.
Sin embargo, no siempre es así. Los audiolibros funcionan cuando los textos son planos, sencillos, sin metáforas complejas, sin imágenes crípticas. Porque hay textos más densos que requieren reducir la velocidad de lectura, e incluso releer un fragmento, o incluso quedarnos detenidos en una palabra. Disfrutar de lo que nos evoca como nos deleitamos con el sabor de un café.
Por ello, un estudio comparó lo bien aprendieron los estudiantes sobre un tema científico en un podcast de 22 minutos comparándose un artículo impreso. Aunque los estudiantes dedicaron un tiempo equivalente a cada formato, en un cuestionario escrito dos días después, los lectores obtuvieron un resultado del 81 por ciento y los oyentes, un 59 por ciento.
En otras palabras: leer es algo que se hace, que exige compromiso, mientras que escuchar es algo que sucede, que puede ocurrir aunque no estemos compromeditos con la tarea. Los audiolibros progresan con o sin nuestra participación. Podemos sintonizar, prestar atención al libro mientras nuestra mente divaga acerca de otro tema en cuestión y, aun así, el libro seguirá adelante.
Es decir, que un lector medio se implicará menos en un audiolibro. Lo procesará con menos intensidad.
Además, el audiolibro carece de narrador interno: el narrador es el que se ha contratado para la lectura del audiolibro. Hay una prosodia impuesta, es decir, unl tono y un tempo. Porque, aunque la escritura carece de símbolos para la prosodia, los lectores experimentados la infieren sobre la marcha. En un estudio, los sujetos escucharon una grabación de la voz de alguien que hablaba rápida o lentamente. A continuación, todos leyeron en silencio el mismo texto, supuestamente escrito por la persona cuya voz acababan de escuchar. Aquellos que escuchan al hablante hablar rápido leeían el texto más rápido que aquellos que escuchan al hablante lento.
Además, no todo se basa en el tempo o en aprender más o menos. Incluso leer ficción, que en apariencia solo parece un pasatiempo, puede tener resultados fructíferos a muchos niveles, como podéis ver en el siguiente vídeo: