Entre el cerebro de los habitantes de las sociedades ágrafas y nuestro cerebro hay una diferencia abismal.
Si bien compartimos el mismo cerebro que los seres humanos analfabetos de hace 40.000 años, desde que inventamos la lectura hemos empezado a conectar nuestras estructuras cerebrales de formas distintas.
Por ejemplo, los cerebros de nuestros antepasados egipcios y sumerios debieron de ser distintos a los nuestros, como refleja un trabajo pionero de Charles Perfetti y Li-Hai Tan. En él se sugiere que todos los sistemas de escritura usan muchas conexiones estructurales parecidas, pero algunas exclusivas.
Un cerebro conectado para leer los jeroglíficos egipcios o los caracteres chinos activa algunas áreas jamás utilizadas para leer el alfabeto griego o inglés, y viceversa. La variedad de estas adaptaciones es una prueba reciente del potencial innato del cerebro para reorganizarse a fin de realizar nuevas funciones.
El especialista en lenguas clásicas Eric Havelock también sostiene que algunos alfabetos, como el griego, sin duda liberaron una capacidad sin precedentes en el cerebro humano a fin de crear pensamientos novedosos.
En sus estudios describen de qué manera la reordenación de los cálculos básicos que el cerebro realiza durante el aprendizaje de la lectura se convierte en la base neuronal de los nuevos pensamientos. En otras palabras, los nuevos circuitos y senderos que el cerebro crea para leer se convierten en los cimientos de la capacidad para pensar de maneras diferentes e innovadoras.
En otras palabras, la lectura ocasionó tanto una revolución cultural como neuronal. Las personas que aprendieron a leer y escribir, por tanto, desarrollaron cerebros que ampliaban su repertorio intelectual. Unas capacidades que no poseían las culturas orales o ágrafas. ¿Por ejemplo?
Con la creación de los antiguos símbolos de los sellos de cálculo aparecieron los primeros sistemas de contabilidad conocidos y, con ellos, nació la toma de decisiones reforzada que surge cuando se dispone de más y mejor información. Por lo tanto, parecería que los primeros símbolos conocidos (aparte de las pinturas rupestres) estaban al servicio de la economía y de los aspectos económicos. Con los primeros sistemas de escritura globales (la escritura cuneiforme sumeria y los jeroglíficos egipcios), la contabilidad sencilla se convirtió en una documentación sistemática, lo cual condujo a sistemas de organización y cifrado que, a su vez, facilitaron avances intelectuales significativos. Hacia el II milenio antes de nuestra era, las obras literarias acadias habían empezado a clasificar todo el mundo conocido, como prueban la enciclopedia Todas las cosas conocidas sobre el Universo, la obra maestra jurídica del Código de Hammurabi y diversos textos médicos notables. El mismo método científico tuvo sus orígenes en la capacidad cada vez mayor de nuestros antepasados para documentar, codificar y clasificar.
Vía | Cómo aprendemos a leer de Maryanne Wolf
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