Como ya os había contado tiempo atrás, parece que el campo aumenta nuestra inteligencia, si atendemos a una serie de recientes estudios psicológicos, como el publicado a finales de 2008 por la revista Psychological Science por parte de un equipo de investigadores de la Universidad de Míchigan, sugiere que, después de pasar un tiempo en un entorno rural tranquilo, próximos a la naturaleza, las personas mejoran su grado de atención, su memoria y su cognición.
Sin embargo, cuando tratamos de evaluar el grado de innovación de las personas, entonces ocurre justo lo contrario: en la ciudad es donde la gente resulta más innovadora. Ello, de nuevo, recalca un hecho un poco contraintuitivo: que ser innovador no es tanto una cuestión de inteligencia personal o de serendipias en solitario, sino de colaborar con otras personas. Las mejores ideas aparecen de las redes de personas, no de los individuos.
Y una ciudad es un lugar idóneo para generar redes densas de personas.
Es justo al contrario de hacia donde apunta la llamada ley de Kleiber, que relaciona el metabolismo basal de una especie y su masa corporal: a mayor tamaño, más lento es su metabolismo. Geoffrey West, físico teórico del Santa Fe Institute, descubrió que esta ley no podía aplicarse a uno de los mayores superorganismos que conocemos: las ciudades. Bueno, podía aplicarse a todas las cosas que sucedían en las ciudades, menos una: las ideas.
Tal y como explica Steven Johnson en su libro Las buenas ideas:
West, que trabajaba en el legendario Santa Fe Institute, del que fue presidente hasta el 2009, reunió un equipo de investigadores y asesores de diversos países y les encargó recoger datos sobre varias docenas de ciudades de todo el mundo, midiendo desde la delincuencia hasta el consumo eléctrico de los hogares, desde las nuevas patentes hasta las ventas de combustible.
Los datos señalaban que la ley de Kleiber se cumplía con precisión, tanto en el consumo de combustible como la energía en general, también el crecimiento del transporte, o incluso la longitud del cableado eléctrico. Todos esos factores seguían la misma ley que rige el gasto de energía de los organismos biológicos. La ciudad era, en efecto, un gran organismo.
Pero si se echaba un vistazo a los datos relativos con la creatividad y la innovación (patentes, presupuestos de I+D, profesiones creativas, número de inventores), entonces la ley parecía supervitaminada. Según la Ley de Kleiber, una ciudad 10 veces más grande debería ser 10 veces más innovadora. Pero lo cierto es que lo es 17 veces más.
Y una metrópolis cincuenta veces mayor que un pueblo resultaba 130 veces más innovadora.
A pesar del ruido, las distracciones y el miedo infundado de que el vecino nos puede robar una idea (cuando en realidad lo que produce mejores ideas es que las ideas circulen de mente en mente), el ciudadano medio de una metrópolis de 5 millones de habitantes es casi el triple de creativo que el residente medio de una localidad de 100.000.
Quizá es algo que deberíamos tener en cuenta a la hora de disertar sobre la conveniencia o no de ser más flexibles con las leyes del copyright.
Si os apetece seguir descubriendo cosas que no sabíais sobre las ciudades, no debéis perderos la serie de tres documentales que emiten en Canal Odisea titulado Metrópolis.
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