Algunos de nosotros conservamos amistades que se forjaron en nuestra tierna infancia, o quizás en los primeros años de colegio. Son amistades cómplices, casi familiares, y que se mantienen a pesar de que las trayectorias vitales hayan sido divergentes.
Otros que no han conservado esta clase de amistades primigenias, sin embargo, las rememoran con particular cariño. Y es que las primeras amistades resultan cruciales, no solo para nuestros recuerdos, sino también para explorar las habilidades sociales que más tarde se desarrollarán en la etapa adulta, como la empatía.
Mejor que las notas
Estas primeras amistades son tan relevantes que para Craig Olsson, de la Universidad Deakin y el Instituto de Investigación Infantil Murdoch de Australia, tener amigos es más importante para ser un adulto feliz que el tener buenas calificaciones cuando se es niño.
Para llegar a esta conclusión, Olsson realizó un estudio, que ha sido publicado en Journal of Happiness Studies, en el que analizó las notas académicas y las habilidades sociales de 804 personas durante 32 años a través del estudio de Desarrollo y Salud Multidisciplinaria Dundein (DMHDS, por sus siglas en inglés) en Nueva Zelanda.
La confianza se genera en la infancia
Al parecer, las personas que tuvieron mayores lazos de amistad en la infancia forjaron posteriormente una mayor seguridad social en la etapa adulta.
El estudio también analizó el desarrollo del lenguaje en la infancia, habilidades sociales y académicas en la adolescencia y su calidad de vida adulta, concluyendo que un desarrollo temprano del lenguaje y las buenas calificaciones académicas no tenían relación íntima con el desarrollo social, de modo que son dimensiones que se desarrollan en paralelo, tal y como señala el propio Olsson:
Si estas vías están separadas, el desarrollo social positivo a través de la infancia y la adolescencia requiere de inversiones más allá del desarrollo del currículo académico.
Además, tener amigos en general resulta tan saludable que incluso puede alargar la vida. Es lo que sugiere un estudio llevado a cabo por investigadores australianos y publicado en la revista Journal of Epidemiology and Community Health. El estudio consistió en hacer un seguimiento de 1.500 personas durante una década: en los individuos con un amplio círculo de amigos, el riesgo de fallecer se reduce un 22%. Y es que también seleccionamos a nuestros amigos, en parte, por sus genes, y nos gustan los que se parecen a nosotros.
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