Nuestra solidaridad con el prójimo es natural. Pero también es un mecanismo frágil. Por eso, un dictador, por muy tirano que sea, puede mostrar cierta solidaridad con su pueblo: a pesar de ostentar el poder absoluto, siguen estando limitados por sus instintos compasivos.
Cuando los individuos son aislados socialmente, dejan de simular sentimientos por los demás. Sus intuiciones morales se desconectan. Si el tirano ya no está conectado con su pueblo, puede sobrevenirle una codicia irrefrenable. Y entonces ocurre cosas extravagantes.
Los gastos personales de Mobutu suponían el 20 % de los presupuestos del Estado. Haile Selassie mantuvo la esclavitud hasta la década de 1940 y bajo su régimen las investigaciones judiciales se practicaban mediante adivinación. La mayoría de estos personajes se bautizaban con títulos largos e hiperbólicos que dejaban en evidencia su mediocridad: Idi Amin se proclamó “Señor de Todas las Bestias de la Tierra y Peces del Mar y Conquistador del Imperio Británico, de África en General y Uganda en Particular”. Aunque para títulos rimbombantes, los que se adjudicaba Macías: más de cincuenta diferentes que los escolares de su país debían memorizar si querían pasar de curso. Por suerte, algunos de ellos eran cortos y fáciles de memorizar, como el de < <Macías Nguema, Ese hombre>>. Otros, estúpidos, redundantemente largos y vagamente turísticos, resultaban un poco más difíciles de aprender: “Constructor de nuevas carreteras de red moderna que reúnen las condiciones modernas de construcción de carreteras; visite Nkue-Mikomeseng, Añisok, Mongomo, Ebebiyín”.
El psicólogo de la UC Berkeley Dacher Keltner ha observado que, en muchas situaciones sociales, los individuos con poder actúan exactamente igual que los pacientes con la corteza orbitofrontal dañada:
La experiencia del poder vendría a ser como si alguien nos abriera el cráneo y nos sacara la parte del cerebro crucial para la empatía y la conducta socialmente adecuada. Nos volvemos impulsivos e insensibles, una mala combinación.
Keltner, a tenor de sus experimentos, sugiere que darle a la gente un poco más de poder que a sus colegas le induce a comer más galletas, masticar con la boca abierta, y comportarse licenciosamente. Según parece, los líderes tienden a hablar demasiado y hacer declaraciones en lugar de escuchar a los demás y hacer preguntas.
Ésta también es la razón de que muchos ricos parezcan ser más egoístas, según los estudios de Keltner:
Hemos realizado 12 estudios independientes sobre empatía, comportamiento social y compasión y hemos sacado una misma conclusión. Los de clase más baja demuestran más empatía, más capacidad de socialización y más compasión.
Los involucrados fueron emparejados con una persona a la que no veían, se les entregaron diez “puntos” que representaban dinero, y se les dijo que podían compartir a discreción muchos o algunos de los puntos con su pareja. Los participantes de clase más baja dieron más “dinero”.
Los resultados fueron publicados en un artículo titulado “La clase social como cultura: convergencia de recursos y el rango en el ámbito social”.
Vía | Cómo decidimos de Jonah Leherer
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