Un de los libros más célebres que retrata cómo el humor es el gran enemigo del dogma (el dogma es una estructura que no puede evolucionar ni cambiar por definición, así que en el fondo es extremadamente débil a las críticas o los ridículos) es El nombre de la rosa, de Umberto Eco.
En la trama de la novela se plantea la posibilidad de que un monje anciano y ciego, antiguo bibliotecario de una abadía, empeña su vida en ocultar un libro, el segundo libro de la Poética de Aristóteles, supuestamente dedicado a la comedia, la risa y el humor como efectivos transmisores de la verdad. Supuestamente, sí, porque no conservamos el libro de Aristóteles.
El personaje representa aquí una ortodoxia autoritaria, aferrada al pasado, paradigma del cristiano, enfrentado a Fray Guillermo de Baskerville, que personaliza la cultura de la risa, la que cuestiona la ortodoxia, considerando que nada es definitivo y que todo debe ser reinterpretado y contemplado con un sano escepticismo.
La risa bufonesca, pues, no sólo es temible para la autoridad, los reyes o los que llevan corbatas demasiado ajustadas al cuello, sino para los que temen que la duda se infiltre en su verdad suprema. La risa se ríe de todo, por definición no respeta nada. Y las verdades incuestionables, para no apagarse, necesitan respeto incuestionable
Quizá por ello los fundamentalistas religiosos tienen menor sentido del humor, como sugiere un estudio llevado a cabo por el psicólogo Vassilis Saroglou, de la Université Catholique de Lovaina, en Bélgica. Para ello hizo completar un cuestionario a un grupo de personas en el que se medía en nivel de fundamentalismo religioso, calificando hasta qué punto estaban de acuerdo con varias ideas, entre ellas: si un conjunto particular de enseñanzas contenía verdades fundamentales, que estas verdades eran enfrentadas por fuerzas malignas y que debían seguirse a través de un conjunto de prácticas históricas bien definidas.
En la segunda parte del experimento, se mostró a los participantes un conjunto de 24 imágenes que mostraban situaciones cotidianas frustrantes, pidiéndoles que escribieran cómo reaccionaría ante ellas.
Tras completar esta tarea, los investigadores calificaron el grado de humor de las respuestas de los participantes. Por ejemplo, una de las tarjetas mostraba a alguien cayendo al suelo delante de dos amigos. Uno de ellos pregunta: “¿Te has hecho daño?”. Una respuesta seria a esta tarjeta podría ser algo así como: “No, estoy bien”, mientras que “no lo sé, todavía no he llegado al suelo” constituiría un enfoque mucho más hilarante.
Saroglou encontró una fuerte correlación entre fundamentalismo religioso y falta de sentido del humor.
Por supuesto, del estudio no se puede colegir qué fue primero, si el huevo o la gallina. Es decir: ¿son las personas con menos sentido del humor las que acaban acatando más fácilmente los dogmas del fundamentalismo religioso? ¿O ser succionado por el fundamentalismo religioso implica perder el sentido del humor aunque previamente hayas sido el alma de cualquier fiesta?
Para averiguarlo, Saroglou desarrolló un segundo estudio en el que repartió a los participantes en tres grupos.
Dos de los grupos vieron trozos de películas bien diferentes. Uno de ellos vio partes cómicas de famosos programas de comedia franceses. Un segundo grupo vio pasajes orientados a la religión, entre ellos, un documental acerca de una peregrinación a Lourdes, escenas de Jesús of Montreal y una discusión entre un periodista y un monje acerca de los valores espirituales. Un tercer grupo no vio ninguna clase de película, de manera que actuó como control.
Los sujetos, posteriormente, fueron sometido a la misma prueba descrita anteriormente: contemplar fotografías de tareas cotidianas frustrantes. En conjunto, la gente que vio los pasajes humorísticos produjo más del doble de respuestas cómicas que el grupo de control, y los que vieron las escenas religiosas llegaron los terceros.
Es decir, que el fundamentalismo religioso sería algo así como el bromuro para la líbido. Unas cuantas ideas catequísticas, unos cuántos símbolos intocables y zas, empiezas a ver la vida de una forma más seria (que no profunda: algunos suelen confundir seriedad con profundidad y frivolidad con superficialidad). La exposición a material religioso impide en cierto grado a la gente a usar el humor para ayudar a paliar los efectos estresantes de las preocupaciones cotidianas.
Además, tal y como señala Saroglou, el humor no puede construirse si violar una serie de principios en los que se cimienta precisamente el fundamentalismo religioso:
La creación y el aprecio del humor requieren un sentido humorístico, un disfrute de la incongruencia, y una gran tolerancia a la incertidumbre. El humor con frecuencia también requiere mezclar elementos que se oponen, desafía a la autoridad y contiene material sexual explícito. Además, el acto de reír incluye una pérdida de autocontrol y de la autodisciplina. (…) quienes lo practican [el fundamentalismo religioso] tienden a valorar las actividades serias por encima de la sinrazón, la certeza sobre la incertidumbre, el sentido sobre la sinrazón, el autodominio sobre los impulsos, la autoridad sobre el caos y la rigidez mental sobre la flexibilidad.
Así que ya sabéis, si en estos tiempos queréis conservar un poco de sentido de humor, huid de los monjes ancianos y ciegos, sobre todo si son antiguos bibliotecarios de una abadía.
Vía | Rarología de Richard Wiseman
Ver 35 comentarios