Los niños nacen con un temperamento determinado

Los niños nacen con un temperamento determinado
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Uno de los grandes saltos conceptuales producidos en el ámbito de la crianza tiene que ver con el descubrimiento de que los niños no nacen como pizarras en blanco, o barro fresco y amorfo que podamos moldear mediante educación y ambiente. Los niños nacen con predisposiciones grabadas a fuego a través del ADN.

Por ejemplo, algo tan aparentemente maleable como el temperamento parece fijado por la biología desde el nacimiento, tal y como demostró un clásico experimento de 1979 llevado a cabo por el psicólogo Jerome Kagan.

En el experimento, se presentaron a 500 niños pequeños una serie de estímulos desconocidos: el 20 % lloró mucho y fue calificado “de reactividad alta”. Otro 40 % exhibió un escaso grado de respuesta y se le denominó “de reactividad baja”. El resto ocupó posiciones intermedias.

Lo más interesante vino en la segunda parte del experimento, realizado una década después: se sometió a los mismos niños una serie de experiencias para provocarles ansiedad. Una quinta parte de los calificados “de reactividad alta” seguían respondiendo bruscamente al estrés. Y una tercera parte de los “de reactividad baja” conservaban su sentido de la calma. La mayoría se hallaban en niveles intermedios, pero pocos había saltado del estado de reactividad alta al de baja o viceversa.

Es decir, que nacemos con un temperamento prefijado, que solo en ocasiones puede ser modificado por el ambiente. Es un dato que debe tenerse en cuenta a la hora de aplicar políticas de crianza: algunos niños necesitarán unas, otros, otras. Tal y como ha escrito David Brooks en El animal social:

Uno recién nacidos se sobresaltan más fácilmente que otros. Su ritmo cardíaco aumenta más deprisa que el de otros cuando se enfrentan a situaciones extrañas, y se incrementa asimismo la presión sanguínea. El cuerpo reacciona con mayor intensidad.
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