A juicio del divulgador científico Matt Ridley, uno de los peores enemigos del progreso (si excluimos a los luditas, los fanáticos religiosos y demás ralea) son simplemente los cenizos, los pesimistas, los agoreros. Y de esos podemos encontrar en todas las épocas y en todos los estamentos académicos o intelectuales.
Personas, en definitiva, que confunden la precaución con el “todo va fatal, peor que nunca, estamos en el ocaso de la civilización, la sociedad de desmorona“, etc.
Uno cree que lo de ser pesimista es algo que viene aparejado con los últimos hechos históricos, sin duda luctuosos, que azotaron el mundo, como son Hiroshima o Chernóbil. Hechos que nos obligaron a tomar una visión preventiva sobre la tecnología: el avance no siempre es bueno, puede crear monstruos. Sin embargo, esta visión siempre ha existido, en todas las épocas de la historia, y se repite maquinalmente, aunque el mundo cada vez vaya mejor o la tecnología, en bloque, produzca cada vez más beneficios que perjuicios.
Por ejemplo, en la antigua Grecia ya los intelectuales de la época tendían a considerar que la juventud estaba descarrilada, que las nuevas generaciones no tenían futuro, como si estuviéramos oyendo a un pesimista de este siglo. O como decía Adam Smith: “Rara vez pasan cinco años sin que se publique un libro o panfleto que pretenda demostrar que la riqueza de la nación está decayendo rápidamente, que el número de habitantes del país está disminuyendo, la agricultura está siendo abandonada, la manufactura va en decadencia y el comercio está deshecho.“
Vayamos, por ejemplo, a una época en la que todavía no ha estallado la Guerra Mundial, donde no existía Hiroshima ni Chernóbil ni los experimentos genéticos: 1830. En esa época, Europa y América del Note eran mucho más ricas de lo que habían sido en el pasado, disfrutaban de una década de paz por primera vez en más de una generación y habían aparecido tecnologías como el barco de vapor, los telares de algodón, los motores eléctricos, la primera fotografía o el análisis de Fourier.
Sin embargo, en 1830 la pesadumbre estaba de moda en todos lados. Publicaciones como Quartely Review decían: ¡Qué puede ser más absurdo y ridículo que la perspectiva de que las locomotoras viajen dos veces más rápido que las diligencias!
El pesimismo encuentra un gran acomodo en todas las clases sociales porque alimenta nuestra natural tendencia a desconfiar de lo nuevo, de los avances de cualquier tipo. De viejos, olvidamos con frecuencia que los males que hoy en día denunciamos acostumbraban a ser iguales o peores cuando éramos jóvenes. Además, ser pesimista parece sinónimo de ser cauto, reflexivo, escrutador, poco confiado. Pero no siempre lo es, y muchas veces está completamente equivocado, como señala Matt Ridley:
También lo estaba Thomas Watson, el fundador de IBM, cuando dijo en 1943 que había un mercado mundial para cinco ordenadores; y Ken Olson, el fundador de Digital Corporation, cuando dijo en 1977: “No hay razón para que alguien quiera un ordenador en su casa”. Ambos comentarios eran bastante ciertos cuando los ordenadores pesaban una tonelada y costaban una fortuna. Incluso cuando el astrónomo real británico y consejero espacial para el gobierno británico dijeron, respectivamente, que los viajes espaciales eran “tonterías” y “una completa necedad” (justo antes del vuelo del Sputnik) no había estado en un error al decirlo.
En cualquier caso, para los nostálgicos, recomiendo la lectura atenta del estupendo análisis de Yuri El pasado es una mierda.
Vía | El optimista racional de Matt Ridley
Ver 13 comentarios