A pesar de que estamos continuamente bombardeados por consejos que rayan el optimismo cegador y bobalicón, con frases de buen rollo tipo Mr. Wonderful, lo cierto es que el exceso de optimismo resulta contraproducente, e incluso puede acabar con nuestra vida, tal y como ya explicamos en la paradoja de Stockdale.
Pensar de forma positiva tiene sus limitaciones: entre otras cosas, puede cegarnos e impedir que veamos las verdaderas dificultades de nuestras vicisitudes.
Atul Gawande, cirujano de la Facultad de Medicina de Harvard, ha denominado a este enfoque “el poder del pensamiento negativo”. Lo que propone Gawande no es que pensemos negativamente en el futuro, sino que una visión demasiado edulcorada del futuro podría ser tan irreal como una demasiado negativa. Para ejemplificar esta idea, Gawande cita el caso del Centro Médico del Ejército Walter Reed, durante la primera guerra del golfo Pérsico, donde el índice de mortalidad era del 25 % y ahora sólo es del 10 %. Abunda en ello el psicólogo Joseph Hallinan en su libro Las trampas de la mente:
La asistencia médica no cambió; el personal médico está trabajando a tope ahora. Siguen la pista semanalmente de heridas y de supervivientes, y buscan activamente los fallos y cómo superarlos. Un pequeño ejemplo se relaciona con los daños en los ojos. En lugar de contentarse con tratar las heridas, los médicos se hacían una pregunta más incómoda: ¿por qué se producían tantas lesiones? Resulta que los soldados jóvenes no se ponían sus gafas protectoras, porque eran demasiado feas.
Lo que sucedía es que los soldados preferían gafas bonitas porque confiaban demasiado en que no sufrirían daño, y solo cuando se encargaron gafas más bonitas los daños disminuyeron. En consecuencia, el optimismo indiscriminado no siempre es la solución, e incluso puede ser un grave problema, como también aborda Barbara Ehrenreich en Bright-Sided, How Positive Thinking is undermining America.
Imagen | kkimpel
Ver 1 comentarios