De un tiempo a esta parte, mi twitter cada vez está más lleno de mensajes que despotrican contra Change.org y otros portales similares, ya sea porque dudan de la eficacia de sus iniciativas como de la manía casi persecutoria de sus artífices y seguidores, que llenan los correos de los participantes (entre los que me incluyo) de solicitudes para firmar toda clase de causas. (Además, una vez has firmado allí, ¿cómo se traduce exactamente la firma en un cambio real? La cadena causal es débil y depende mucho de la causa en cuestión).
No seré yo quien reniegue de la democracia, ya sea analógica o digital. Pero existe un factor nuevo en la democracia digital, en el “me gusta” del Facebook, en los apoyos y firmas a través de Twitter, Change.org y demás. Es un factor que antes era casi inexistente en el mundo analógico.
Ese factor es que todos nuestros gestos, firmas o “me gusta” están a la vista de los demás, sobre todo de nuestros amigos o seguidores.
Es cierto que algunas causas han sido un éxito gracias a Internet, como la retirada de la demanda de Telecinco contra el internauta que consiguió que los anunciantes dejaran de confiar en un programa de la cadena. Pero ello solo revela que los anunciantes tenían miedo de ensuciar su imagen, no hasta qué punto los usuarios estaban comprometidos. Y en la mayoría de causas, el compromiso es un punto fundamental.
Tal y como señala Evgeny Morozov en su libro El desengaño de Internet:
El problema del activismo políticos que las redes sociales facilitan es que suele producirse no por el compromiso con las ideas y la política en general, sino más bien para impresionar a los amigos. Es decir, no se trata de un problema provocado por Internet. Para mucha gente, impresionar al prójimo defendiendo causas muy ambiciosas, como salvar la tierra y poner fin a otro genocidio, tal vez sea la razón principal de unirse a varios clubes de estudiantes en la universidad, pero ahora es posible exhibir en público la prueba de la pertenencia a una organización.
Los usuarios de Facebook presentan sus identidades en la red de maneras más implícitas que explícitas, tal y como sugiere una investigación de Sherri Grasmuck, socióloga de la Universidad de Temple. Eso podría explicar el por qué la gente pulsa tan fácilmente el “me gusta” facebookero para determinadas campañas, y sin embargo, en su vida diaria, no mueve un dedo por cambiar lo establecido: además de la comodidad del click, lo que está haciendo el usuario es demostrar a los demás que se preocupa por causas concretas.
En el pasado, convencerse a sí mismos y, sobre todo, a los amigos de que estaban lo bastante concienciados socialmente para cambiar el mundo exigía como mínimo levantarse del sofá. Hoy, los aspirantes a revolucionarios digitales pueden permanecer en sus sofás indefinidamente, o hasta que se agoten las baterías de sus iPads, y seguir siendo considerados unos héroes.
No es casual, pues, que la mayoría de los estudiantes universitarios estadounidenses usen las redes sociales para deshogar su narcisismo o como forma de autopromoción o de llamar la atención, según una encuesta nacional de 2009 llevada a cabo entre 1.068 estudiantes y dirigida por investigadores de la Universidad Estatal de San Diego (SDSU).
Jean Twenge, quien lideró la investigación, sostiene que la estructura misma de las redes sociales “recompensa las aptitudes del narcisista, como la autopromoción, seleccionar fotos halagadoras de uno mismo y tener más amigos que nadie.”
El escritor canadiense Tom Slee lo resume magistralmente:
Por supuesto, es más fácil apuntarse a un grupo de Facebook que reunirse con alguien en persona, pero si apuntarse es tan fácil, no es probable que el grupo esté muy cohesionado, del mismo modo que una disculpa telefónica automática del tipo “todos nuestros agentes están ocupados en este momento” es barata, y por consiguiente no parece una verdadera disculpa.
Un buen ejemplo de ello es el grupo de Facebook (en su versión estadounidense) Salvemos a los Niños de África. Tiene casi dos millones de miembros. Sin embargo, solo ha recaudado unos 12.000 dólares. Menos de la centésima parte de un penique por persona, según señala Morozov:
En un mundo perfecto, esto no debería considerarse un problema: es mejor donar la centésima parte de un penique que no donar nada. Pero la atención es limitada, y la mayoría apenas contamos con unas pocas horas al mes (y tal vez sea un cálculo optimista) para invertir en mejorar el bien común. Gracias a su granulación, el activismo digital facilita demasiadas vías de escape, y muchísimas personas optan por la vía fácil y deciden donar un penique, cuando podrían donar un dólar. Además, si los psicólogos están en lo cierto y casi todo el mundo apoya causas políticas sólo porque se sienten más felices, es una lástima que unirse a grupos de Facebook los haga tan felices como escribir cartas a sus representantes electos u organizar mítines, sin provocar ninguno de los efectos que podrían beneficiar a la sociedad en general.
Espero que Morozov se equivoque y realmente la Red lleve aparejada una democracia y un activismo 2.0 instantáneo y eficaz. Pero uno, tras lo leído, no puede evitar enarcar una ceja escéptica al respecto.
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