¿Por qué somos corruptos? ¿Por qué hay sociedades más corruptas que otras? Las respuestas a esas preguntas son mútiples, y ni siquiera las conocemos todas.
Sin embargo, un nuevo estudio acaba de concluir que hay una dinámica que se retroalimenta, como el pez que se muerde la cola, que permite determinar el grado de corrupción de las instituciones: invertir en perseguir y castigar la corrupción.
El pez que se muerde la cola
Somalia y Siria son considerados los países más corruptos del mundo y Dinamarca y Nueva Zelanda los menos. España sigue en la cola de la UE en materia de corrupción, según el informe anual de Transparencia Internacional (TI) correspondiente a 2018. En el ranking que elabora cada año este organismo analizando 180 países, se sitúa en el puesto 41.º del mundo, con una puntuación de 58 sobre 100 en el Índice de Percepción de la Corrupción.
La corrupción se presenta de diversas formas, incluyendo el favoritismo, el clientelismo (el intercambio de bienes y servicios para el apoyo político) y la malversación de fondos públicos. A veces la escolarización puede ser importante para evitarla, porque Nuestra influye en nuestro grado de civismo, que quizá venga a explicar en parte la abismal diferencia entre el civismo que encontramos muchos países, como refiere Edward Glaeser en su libro El triunfo de las ciudades:
Un estudio de las leyes de escolarización obligatoria en todos los estados demostró que las personas que recibían una educación más prolongada como consecuencia de esas leyes tenían un mayor grado de compromiso cívico.
Pero la escoralización no es suficiente. En su estudio publicado en PNAS, Social evolution leads to persistent corruption, investigadores de IIASA, la Universidad de Viena y dos universidades japonesas se centraron específicamente en una forma de corrupción: el soborno en instituciones públicas.
En el estudio también se empleó una definición amplia de instituciones públicas que también incluía agencias dirigidas por funcionarios como árbitros de fútbol, periodistas o ejecutivos de organizaciones no gubernamentales (ONG); en otras palabras, todos los funcionarios públicos que ejercen el poder sobre la base de la confianza social.
El equipo analizó un modelo básico de soborno utilizando la teoría evolutiva de juegos, un marco desarrollado originalmente para describir la evolución biológica y cada vez más utilizado para analizar la evolución social. Difiere de la teoría de juegos clásica en que se concentra en las dinámicas de la estrategia en lugar de sus equilibrios. A pesar de su nombre, la teoría evolutiva de juegos se aplica más en economía que en biología.
Generalmente se supone que las instituciones públicas funcionan como guardianes de la comunidad. Sin embargo, estas instituciones son administradas por individuos que no están exentos de motivos egoístas, lo que requiere "vigilar a los vigilantes".
Poner en práctica medidas anticorrupción para implementar esta vigilancia suele ser un asunto costoso. Cuando se descuidan estas medidas, la corrupción puede propagarse, lo que lleva a una pérdida de confianza y una ruptura en la cooperación. Sin embargo, si se invierte en anticorrupción, tan pronto como la cooperación y la honestidad se vuelven comunes, los esfuerzos para vigilar la integridad de las instituciones se vuelven menos críticos y, por lo tanto, pueden descuidarse nuevamente, iniciando así otro ciclo en el proceso.
Según los investigadores, este ciclo de retroalimentación se produce porque las medidas anticorrupción exitosas crean condiciones en las cuales la reducción de sus costes parece justificada racionalmente. Es decir, las medidas exitosas contra la corrupción socavan su propio éxito. Así pues, la transparencia sobre la integridad de las instituciones es clave para combatir la corrupción, y la vigilancia costosa contra la corrupción debe mantenerse, incluso cuando los niveles de corrupción parecen ser bajos.
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