Como adelantábamos en la anterior entrega de este monográfico sobre memética, vamos a profundizar un poco en lo que son los memes. Y también en lo que no son.
Los memes también tienen antecedentes filosóficos, como las ideas de Platón, la filosofía del espíritu de Hegel, las distinciones entre noesis y noema de Husserl, la teoría de la ideología de Marx o, en mayor medida, la teoría de los tres mundos de Popper y su defensa de un conocimiento objetivo sin sujeto cognoscente. Memes todos ellos que probablemente también prepararon la mente de Richard Dawkins para pensar en los memes.
Pero ¿cuántas cosas pueden llegar a ser memes? ¿Absolutamente todo lo que nos rodea son memes?
Susan Blackmore es catedrática de Psicología en la Universidad West of England, en Bristol. En la muchas fotografías y conferencias, Blackmore exhibe un aspecto que no tiene mucho que ver con el de una catedrática: su pelo tiene pinceladas de varios colores, como una especie de arco iris capilar. Debido a una complicada enfermedad, Blackmore se vio obligada a permanecer en cama durante mucho tiempo. La mayoría de ese tiempo lo empleó en leer y reflexionar, y una de sus lecturas fue el libro de Richard Dawkins, que la obligó a ir un poco más allá en las implicaciones filosóficas de los memes. Finalmente vertió todas sus conclusiones en su libro La máquina de los memes.
Blackmore sostiene, al igual que Dawkins, que los memes son todo lo que se transmite de una persona a otra mediante la imitación:
ello incluye el vocabulario que utilizamos, las historias que conocemos, las habilidades que hemos adquirido gracias a otros y los juegos que preferimos. También hay que tener en cuenta las canciones que cantamos y las leyes que acatamos. Por lo tanto, cuando conducimos un coche por la izquierda (o por la derecha), tomamos cerveza con curry hindú o coca-cola con pizza, cuando silbamos el estribillo de un «culebrón» televisivo o estrechamos la mano a alguien, estamos tratando con memes.
Los memes se esparcen sin hacer ninguna clase de discriminación. No importa su beneficio o su perjuicio intrínseco. De hecho, pueden ser estéticamente horripilantes, como la canción del verano: un día le pareció pegadiza o agradable a un determinado número de personas, pero ahora, aunque se nos haya atragantado, basta que oigamos las primeras notas para que ya no podamos evitar tararearla. Literalmente, estamos contaminados por ella para el resto de nuestra vida.
Y es que los memes sólo se basan en su capacidad para replicarse. Es lo único que les concierne. Replicarse sin descanso, cuanto más, mejor. A nosotros de poco o nada nos sirve pasarnos el día entero recordando alguna frase promocional de un producto, pero a los memes les presta un gran servicio.
Los mecanismos imitativos de la mente son un caldo de cultivo excelente para copiar tonadas. Si una de ellas consigue ser tan popular como para que se incruste en un cerebro y posteriormente transmitirse a otro, lo hará. Si resulta ser extremadamente popular, cantable, recordable, silbable, tiene muchas probabilidades de transmitirse a muchos cerebros. (…) Todo este cantar no tiene ninguna ventaja para nosotros ni para nuestros genes. Sentirse perseguido por esas horribles tonadas es, simplemente, una consecuencia inevitable de poseer un cerebro capaz de imitarlas.
Bajo esta premisa, entonces, podemos entender mejor cómo es posible que canciones tan simplonas y estúpidas como las que se popularizan en verano (y que nos persiguen durante el resto de nuestra vida) tengan una capacidad de contagio tan elevada: sencillamente pueden acceder a más cerebros. Además, las melodías sencillas o repetitivas son más fáciles de recordar. «La música compleja improvisada puede evolucionar aunque es posible que sólo se transmita dentro de un ámbito reducido de músicos expertos o de musicólogos avezados. Es probable que la música realmente sofisticada no sea recordada debido a su complejidad y por lo tanto no se replicará por mucho que produzca placer a sus oyentes.»
Naturalmente, esto es también aplicable a cualquier otra manifestación cultural, como la literatura, los programas de televisión o el cine. Por muy sibaritas o exclusivos que seamos, será prácticamente inevitable que acabemos siendo contagiados por los memes más populares y, a su vez, no podremos evitar también contribuir a la pandemia al transmitirlos a las personas que nos rodean.
Tal vez la prueba más hilarante de esta condición epidémica de los memes sean las últimas palabras pronunciadas por el capitán Berkoz antes de morir. Dieciséis segundos antes de que el vuelo 981 de Turkish Airlines se estrellara contra el suelo, el piloto, el capitán Mejak Berkoz, cantó un jingle publicitario turco, una pegadiza melodía que probablemente había visto en la televisión y que, ni siquiera antes de morir, pudo sacarse de la cabeza.
El divulgador científico Matt Ridley también aporta una divertida anécdota de qué es un meme en su libro Genoma, a través de la relación que mantuvo el antropólogo Lee Cronk con la empresa de calzado deportivo Nike:
Nike hizo un anuncio en la televisión en el que se veía un grupo de personas de una tribu del este de África que levaban botas de montaña. Al final del anuncio uno de los hombres se vuelve hacia la cámara y dice unas palabras. Aparece un subtítulo como traducción en el que pone «Just do it» (hazlo), el eslogan de Nike. Lee Cronk, que habla samburu, el dialecto de los masai, vio el anuncio y fastidió a Nike. Lo que el hombre decía realmente era «no quiero estos zapatos, dame unos más grandes». La mujer de Cronk, periodista, escribió la historia y enseguida apareció en la portada de USA Today y en el monólogo de Johnny Carson en su programa The Tonight Show. Nike le mandó a Cronk un par de botas grandes; cuando Cronk fue a África otra vez, se las dio a un hombre de la tribu. (…) Pero cuando, unos años después, Internet se expandió, la historia de Cronk encontró un hueco en la Red. A partir de ahí se extendió, sin fecha, como si fuese una historia nueva y Cronk recibe por lo menos una pregunta al mes. La moraleja de la historia es que los memes necesitan un soporte en el que replicarse. La sociedad humana funciona bastante bien; Internet todavía mejor.
En la próxima entrega de este monográfico sobre memética estableceremos los paralelismos entre memes y genes, así como un intento de averiguar su composición intrínseca.
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