A todos nos gustan las personas honestas y sinceras. Sin embargo, todos somos deshonestos y mentirosos, al menos en determinados instantes. Todos, en suma, estamos atrapados en el efecto Lake Wobegon.
Lake Wobegon es una población de mentira del estado de Minnesota en la que, según se dice, “todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son guapos y todos los niños están por encima de la media.”
Es decir, que tendemos a sobrestimar nuestras facultades y capacidades, atribuimos al infortunio el haber suspendido un examen o haber sufrido un accidente de tráfico, pero nos atribuimos los méritos de haber sacado una buena nota académica.
En un sondeo llevado a cabo sobre 829.000 bachilleres por el College Board estadounidense, una organización dedicada a la realización de Pruebas de Aptitud Académica (SAT), sacó una clara conclusión: el 0 % de los encuestados se consideraba por debajo de la media en relación con su “capacidad para llevarse bien con los demás.”
Es lo que los psicólogos sociales llaman sesgo egoísta. También hay otras conductas parecidas que refuerzan el efecto Lake Wobegon: el optimismo ilusorio, la autojustificación o el sesgo endogrupal, es decir, que sobrestimamos las capacidades de nuestro grupo, país, equipo, etc.
Este particular funcionamiento de nuestro cerebro, a todas luces subjetivo y con escaso arraigo en lo real, nos protege de la depresión, mitiga el estrés y mantiene nuestras esperanzas. Es decir, que parece positivo que nos mintamos, es mentalmente sano. ¡Miénteme!
Pero no todo parece tan sencillo. Si bien es emocionalmente atractiva la mentira, puede no serlo tanto si pretendemos construir sociedades más justas y desarrolladas, tal y como señala el psicólogo social David G. Myers en Este libro le hará más inteligente a propósito de los beneficios de los sesgos mentales:
todos esos beneficios se producen a costa de la discordia marital, del boqueo de las negociaciones, de la condescendencia fundada en prejuicios, del endiosamiento nacional y de la guerra. El hecho de cobrar conciencia del sesgo egoísta no nos aboca a adoptar posturas próximas a la falsa modestia, sino a un tipo de humildad que constata tanto nuestros auténticos talentos y virtudes como los méritos de los demás.
Podéis leer más ejemplos sobre el efecto Wobegon en ¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (y II)