Como muchos de vosotros, el pasado sábado noche asistí fascinado a uno de los momentos televisivos más esperados en mucho tiempo desde la final de Gran Hermano 1: el enfrentamiento entre Esperanza Aguirre y el líder de Podemos Pablo Iglesias. Como muchos sabréis, Iglesias anunciaba querella contra Esperanza Aguirre porque ésta sugería que Podemos hacía apología del terrorismo y había sido financiada irregularmente por Venezuela.
Aquella noche, durante varias horas, fue Trending Topic mundial el hashtag #RepitaConmigoSñraAguirre, que fue la fórmula que repitió Pablo Iglesias contra Aguirre habida cuenta de que ella, nada más iniciarse el debate, exigió que Iglesias repitiera como un niño la frase “Repita conmigo: los etarras son unos asesinos”. Creo que se percibe a la legua quién tumbó a quién (o al menos, quien tenía más de lo que avergonzarse)… aunque haya algún canal cavernario en el que se diga justo lo contrario.
Pero eso no es lo importante. Que cada cual saque sus propias conclusiones en función de sus propios sesgos cognitivos. Lo importante es que la imagen que se intenta transmitir de Podemos desde formaciones como el Partido Popular y hasta algunas facciones del Partido Socialista es que Podemos está formado por una panda de comunistas peligrosos, populistas, anhelantes del control de los medios de comunicación, dispuestos a guillotinar a monarcas y políticos discrepantes (no hablo metafóricamente, en el propio debate podéis ver esas afirmaciones por parte de Esperanza Aguirre, tal cual).
No es ésta la tribuna adecuada para exponer mis ideas políticas al respecto, y además estoy convencido de que no están lo suficientemente desarrolladas y cultivadas como para que os dé la brasa con ellas. Sin embargo, contemplado desde la óptica de la psicología, hay una afirmación que sí me gustaría analizar de forma más concreta: según el sociólogo de cabecera del PP, Pedro Arriola, los votantes de Podemos, mayoritariamente, son una panda de frikis.
Frikis todos, tú también
Entre militantes de uno y otra ideología, en general, se considera que el que opina de forma diametralmente opuesta a la nuestra es idiota, no está informado, está influido por su religión, su clase social, sus dádivas laborales o vaya a saber qué. Es decir, que visceralmente es comprensible que un del PP, incluso los que piden trabajo a la Virgen, considere que los votantes de Podemos son frikis.
El problema es que también es natural que los votantes de otras formaciones políticas, también Podemos, consideren que los votantes del PP (o parte de ellos) son frikis, viven en una caverna, acuden a misa de domingo a la vez que el sábado acuden al prostíbulo, y demás tópicos. Obviamente, hay votantes del PP que están perfectamente definidos en este perfil tópico, pero también los hay entre las filas de Podemos.
Además, la mayoría de los ciudadanos suelen heredar su filiación política de sus padres o bien establecen una relación con un partido u otro en las etapas de la edad adulta, como sostienen los politólogos Donald Green, Bradley Palmquist y Eric Schickler en su libro Partisan Hearts and Minds. Y ello no denota precisamente que el voto tenga detrás un razonamiento ponderado. Salvo un pequeño porcentaje de gente, ni siquiera la mayoría cambia de opinión política a pesar de acontecimientos históricos importantes, como las guerras mundiales o el escándalo Watergate.
La filiación política guarda más paralelismos con la filiación a un club social, un equipo de fútbol o un credo religioso, lejos de un examen del programa del partido en relación a los intereses del país. Es la filiación política la que suele determinar los valores, y no al revés.
De hecho, tal y como muchos han valorado el debate entre Aguirre e Iglesias, la filiación política determina las percepciones de la realidad, eliminándose los hechos que no concuerdan con la cosmovisión, y exagerando los hechos que la confirman, tal y como explica en su texto clásico de 1960 Angus Campbell, The American Voter.
Votarte hasta la muerte
El ejemplo más surrealista de esta clase de sesgos cognitivos fue denunciado por el politólogo Larry Bartels, de Princeton, que analizó los sondeos recogidos tras las presidencias de Reagan y Clinton (“Beyond the Running Tally: Partisan Bias in Political Perceptions”, Political Behavior (junio 2002).
Se preguntó en 1988 si se creía que durante el mandato de Reagan había descendido la inflación de Estados Unidos (cosa cierta, lo había hecho del 13,5 % al 4,1 %). Sin embargo, sólo el 8 % de los demócratas respondió afirmativamente. Más del 50 % de los demócratas creía que en la época de Reagan se había incrementado la inflación. Por su parte, los republicanos, en un 47 % de los casos, afirmó que la inflación había bajado. No es que unos estuvieran más informados que otros, sino que nadie se informaba (o eliminaba inconscientemente los datos negativos), porque los republicanos fueron igualmente imprecisos cuando se les preguntó acerca de la presidencia de Clinton.
Si me gusta tu cara, te voto
En su libro Pensar rápido, pensar despacio, del Nobel en Economía Daniel Kahneman, se exponen con detalle algunos de estos sesgos, particularmente interesantes en el caso de los estudios de Alex Todorov, de Princeton, en el que se enseñó a un grupo de voluntarios fotos en blanco y negro de candidatos políticos rivales. No estaban familiarizados con ninguno, pero se les preguntó quiénes les parecían más competentes. Los resultados, a pesar de todo, fueron muy similares a los que posteriormente se produjeron en la vida real: el percibido como más competente ganó con el 72 % de los votos un escaño en el Senado, y con el 67 %, un escaño en el Cámara de Representantes. Y todo eso lo dedujeron los participantes en cuestión de segundos, solo mirando una fotografía.
Los resultados fueron reproducidos a nivel internacional, a pesar de las diferencias étnicas y culturales, en un estudio titulado “Con aspecto de ganador”, de Chapel Lawson, Gabriel Lenz y otros, que mostraron brevemente imágenes de aspirantes a un cargo público en México y Brasil a personas de Estados Unidos y la India.
Es decir, que mucha gente incluso vota a determinado partido político si su líder es más o menos atractivo. O si transmite confianza en su forma de expresarse. O si ha nacido en la misma ciudad de uno. Esta forma de valorar nuestro futuro político nos parecerá propio de palurdos sin educación universitaria. Y, en parte, lo es. Pero los mejor educados también tropiezan en trampas cognitivas igualmente estúpidas, aunque mucho más sutiles.
¿Dónde estás?
Incluso la posición de las cabinas de votación influye en los votantes. Según un estudio de Jonah Berger, de la Universidad de Stanford, los votantes que se dirigían a mesas electorales situadas en escuelas tienen más probabilidades de apoyas subidas de impuestos para financiar la educación que los que iban a votar a otros sitios. Es decir, que el lugar donde estemos también parece influir en lo que opinamos, o lo que votamos. Lo cual nada tenía que ver con lo que uno pensaba realmente sobre las subidas de impuestos. Y, menos aún, con la posesión de un razonamiento coherente.
En resumidas cuentas, la mayoría de nosotros (sí, tú también, no caigas en el efecto Lago Wobegon), elaboramos opiniones rápidas sobre toda clase de cosas, opiniones que se suceden cada minuto, hora y día, y estas opiniones inanes se mezclan con las ponderadas, formando una densa y compleja red de valoración que nos convierte a todos, sin excepción, en frikis en algún momento de nuestras vidas.
Foto | Wikipedia | Steven Fruitsmaak/Wikinews
En Xataka Ciencia | El patinazo científico de Podemos, la formación política liderada por Pablo Iglesias
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