En función de nuestro estado de ánimo, nuestro nivel de excitación sexual y otros condicionantes biológicos, podemos responder de modos muy distintos a una cuestión. Nuestro modo de actuar, a ese respecto, no se forja con arreglo a una personalidad única y sólida, sino más bien a un abanico de personalidades fluidas y cambiantes que orbitan a una personalidad rectora.
Si hace poco hablábamos de cómo cuestiones morales como mantener relaciones sexuales con personas de determinadas edades le parecía una cuestión repugnante o aceptable según el nivel de excitación erótica del interpelado, hoy vamos a ver qué sucede después de ver una película.
Nuestro sentido de la justicia
En diversos estudios en economía del comportamiento se sugiere que las personas toman decisiones a partir de un determinado sentido de la justicia y la equidad, hasta el punto de que la injusticia nos indigna tanto que, en consecuencia, preferimos perder dinero para castigar a la persona que nos propone un trato injusto.
Imaginemos el siguiente juego. Un experimentador entrega a un sujeto una cantidad de dinero (20 dólares, por ejemplo) y el sujeto debe decidir cómo repartir ese dinero entre él mismo y un posible destinatario.
El sujeto puede ofrecer el 50 % al destinatario, o lo que él considere oportuno. Cuando el sujeto indica el reparto escogido, entonces el destinatario puede aceptar o rechazar la oferta. Si el destinatario acepta, entonces cada jugador se queda con la cantidad determinada. Si el destinatario rechaza la oferta, entonces debe devolverse todo el dinero al experimentador y nadie gana nada.
Si nosotros fuéramos el destinatario y el sujeto nos ofreciera solo un dólar, podríamos pensar de forma racional: bien, este tío es un egoísta y se queda 19 dólares, pero si acepto, al menos tendré 1 dólar. Y 1 dólar es 1 dólar. Menos que nada. Es injusto, pero al menos gano dinero. Sin embargo, nuestro sentido de la injusticia puede conducirnos a rechazar el dólar, e incluso dos dólares, o tres, o cuatro… preferimos quedarnos sin nada si con ello podemos penalizar el egoísmo y la injusticia del sujeto.
Películas como polarizadoras emocionales
Pero ¿qué pasa si antes de realizar el experimento hemos visto una película? Dan Ariely llevó a cabo este experimento precisamente con dos películas. Un grupo de destinatarios vio el fragmento de la película La casa de mi vida, en la que Kevin Kline es despedido injustamente de su trabajo de arquitectura y éste, antes de salir a la calle, destroza las maquetas de edificios en las que había estado trabajando para ajusticiar a la empresa.
El segundo grupo vio un simpático capítulo de Friends, en una escena en la que se está elaborando una lista de buenos propósitos para el Año Nuevo. Tal y como señala Dan Ariely en su libro Las ventajas del deseo:
Como ya debe sospechar, muchos rechazaron las ofertas injustas, aunque el precio de sacrificar sus propias ganancias. Pero, en lo que se refiere al objetivo de nuestro experimento, observamos que las personas que estaban irritadas por el fragmento de La casa de mi vida eran más proclives a rechazar las ofertas injustas que las que habían visto el fragmento de Friends.
Ahora ya sé la razón por la cual, después de ver una película de abogados tipo Algunos hombres buenos, me entran ganas de defender causas perdidas.
Imágenes | Pixabay
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