Quienes se dedican a seguir códigos morales exigentes e incuestionables son quienes más tarde los conculcarán con más facilidad echando mano de una entrenadísima disonancia cognitiva (ese juego de manos mental que te permite creer una cosa y la contraria, o decir una cosa y predicar con otra, y no darte cuenta de absolutamente nada).
Por eso las cárceles están tan llenas tanto de creyentes, como agnósticos o ateos.
Y es que la psicología moderna nos ha demostrado que somos incapaces de profetizar cómo nos comportaremos en el futuro (por ello quienes también aprueban castigos exacerbados a quienes conculcan la ley o la moral porque a ellos mismos se consideran a salvo de tales errores, en realidad no advierten que tiran piedras sobre propio tejado).
El doctor Jekyll y Mr. Hyde fue una obra que ya hacía hincapié en la disonancia cognitiva: todos tenemos un monstruo dentro. Por eso cautivó la imaginación de la Inglaterra victoriana, más puritana que nunca, y por tanto más traumatizada con el hecho de pasar por alto que no tenía malos pensamientos.
Por ejemplo, todas las personas tienden a predecir que serán buenas personas, y que en general son ya buenas personas. Pero basta que que los sujetos estén excitados sexualmente para que en una batería de preguntas respondan totalmente diferente a determinadas preguntas, del tipo: ¿tendría sexo con la mujer de mi amigo? ¿Y con una menor?
Además, los estudios sugieren que nuestra incapacidad para conocernos a nosotros mismos y predecir cómo reaccionemos no parece mejorar con la experiencia (y mucho menos adscribiéndonos a un club religioso o secular). Tal y como remata el psicólogo Dan Ariely en su libro Las trampas del deseo:
La excitación sexual es algo familiar, personal, muy humano y completamente normal. Aun así, sistemáticamente todos nos quedamos cortos a la hora de predecir hasta qué punto dicha excitación niega completamente nuestro super-yo, y el modo en que las emociones pueden tomar el control de nuestra conducta.
Habida cuenta de todo ello, si todos somos tan torpes a nivel moral, tan inconscientes acerca de nuestros actos presentes y futuros, y totalmente ciegos a muchos de nuestros deslices, vale la pena propiciar castigos que tengan en cuenta que todos podemos cometer un error, así como intentar evitar presentar a seres humanos superiores moralmente porque ocupan puestos superiores en una jerarquía que así lo señala.
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