Siguiendo el hilo del post anterior, La infelicidad de quererlo todo, quisiera aclarar algunos puntos. Lo que produce frustración en el ser humano no es la pobreza (sólo la extrema) ni la riqueza. El dinero no da la felicidad (¿acaso algo da LA felicidad?), sólo proporciona dosis de efímeras de felicidad (como todas las cosas de este mundo: nuestro cerebro es elástico en cuanto a la asimilación de la felicidad por mera supervivencia: sólo el anhelo de felicidad provoca que nos movamos).
Así pues, una vez superado el umbral de tener las necesidades básicas cubiertas, más o menos dinero o posesiones no repercutirá ostensiblemente en nuestro grado de felicidad a largo plazo. Hay interesantes experimentos al respecto cuyos sujetos habían sido recibido grandes premios económicos en algún juego de azar.
Lo que produce ansiedad y zozobra, la ansiedad y zozobra en la que se halla inmersa gran parte de la sociedad del primer mundo, es la inmensa oferta disponible, que sólo puede ser adquirida en una ínfima porción. Saber que uno podría vivir mejor o tener tantas cosas como el vecino es lo que produce que uno se sienta más infeliz con lo que ya tiene: cree que está siendo objeto de un agravio comparativo.
Si hacemos caso a la medición del Índice de Planeta Feliz (HPI) divulgado en 2006, el arcoiris nace en el Pacífico Sur, a 1750 kilómetros al este de Australia, en un archipiélago compuesto por 83 islas llamado Vanuatu.
La medición no basa en la cuota de sonrisas que sus ciudadanos dispensan al prójimo sino en la fórmula siguiente: Bienestar (cultura, gastronomía, etc.) por Esperanza de Vida dividido por Impacto Ecológico. El resultado de Vanuatu es de 68,2. España, con un 43, ocupa el puesto 97. El ideal máximo sería una cifra bastante inalcanzable incluso para Vanuatu: 83,5.
Vanuatu no posee ejército permanente, ha logrado preservar sus playas, su flora y su fauna; sus habitantes viven un promedio de 68,6 años. En algunos sentidos incluso es un país moderno, aunque algunas islas, como Tanna, que está poblada íntegramente por melanesios, mantienen una vida más tradicional. Las aldeas que propugnan esta clase de vida se conocen como kastom (del inglés custom, costumbre), y allí quedan prohibidos los inventos modernos, los hombres se adornan la entrepierna con un falo construido por un calabacín hueco y seco, usan camisas de césped y los niños no van a la escuela.
Da la impresión de que sea un lugar edénico. Aunque en Vanutu también hay catástrofes y el nivel de vida no es muy alto, parece que a sus ciudadanos no les importa.
Más información | El País
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