Ayudar a otros nos hace sentir bien (de modo que aparece una suerte de nudo gordiano en el que resulta difícil establecer si somos altruistas o egoístas), pero es que, además, ser altruistas nos hace sentir menos solos, más conectados con los demás.
Algo que incluso se ha comprobado con mujeres viudas.
Soledad y conexión
La experiencia de ayudar a otros reduce la actividad de los centros cerebrales del estrés y la amenaza, incluidas la amígdala, la corteza cingulada anterior dorsal y la ínsula anterior.
Igualmente, se detecta un aumento de la actividad en zonas del cerebro asociadas con la atención y las recompensas (el área septal y el cuerpo estriado).
En otras palabras: ayudar a otros parece que aumenta el sentimiento de bienestar, pero también es un antídoto para el dolor de la soledad y la desconexión. Esto fue particularmente probado con las tasas de soledad de viudas y mujeres casadas en un estuido de 2017 con una muestra de casi 6 000 estadounidenses.
Naturalmente, las mujeres viudas se sentían en general más solas que las casadas, pero había una excepción, tal y como explica Vivek H. Murthy en su libro Juntos. El poder de la conexión humana:
Las viudas que participaban voluntariamente en alguna actividad de servicio, durante una media de dos o más horas semanales, no se sentían más solas que aquellas cuyos maridos seguían con vida. Ayudar a otros hacía desaparecer eficazmente la soledad derivada de la pérdida.
Esto, indudablemente, añade una capa de complejidad a la definición de altruismo y egoísmo. Porque si nos sentimos bien siento altruistas, ¿acaso no somos egoístas? Podéis profundizar un poco más en la jungla sociológica de esta clase de cuestiones en el siguiente vídeo: