Hay un dicho muy apegado al terruño español, un tanto grosero pero muy generalizado: menos mi madre y mi hermana, todas putas. De nuevo la cultura popular refrenda que somos más conscientes de los defectos de los demás que de los propios (o los de nuestros allegados).
Diversos experimentos en países de todo el mundo hacen hincapié en esta tendencia, sobre todo en el ámbito del tráfico rodado. Los psicólogos lo denominan “sesgo optimista”, y un sketch de los Monty Python lo ridiculizaba así: “¡Todos estamos por encima de la media!”.
Algunos psicólogos sugieren que esta tendencia quizá responda a una muleta psicológica a fin de afrontar con mayor confianza la tarea que generalmente resulta más peligrosa y compleja a nivel de coordinación psicomotriz de las personas normales: la conducción de un coche.
De hecho, un estudio reveló que los conductores eran más optimistas que los pasajeros cuando se les pedía que puntuaran sus probabilidades de verse envueltos en un accidente de tráfico.
Esta tendencia también explicaría la razón de que la mayoría de conductores esté en contra de las nuevas medidas viarias, al menos en un principio, como la obligación de llevar cinturón de seguridad o la restricción del uso de teléfonos móviles. Además, sobrevaloramos los riesgos para la sociedad e infravaloramos el nuestro propio.
Las encuestas han revelado, por ejemplo, que a la mayoría de conductores les gustaría ver prohibida la escritura de mensajes de texto mientras se conduce; esas mismas encuestas demuestran también que la mayoría de personas lo han hecho.
Tal vez requiramos lo que se conoce como “metacognición”, que significa, según Cornell Justin Kruger y David Dunning, psicólogos de la Universidad de Cornell, que somos “ineptos e inconscientes de serlo”. Es decir, lo mismo que le pasaría a una persona que ignora las normas de la gramática cuando se le pide que valore juiciosamente un texto escrito por ella: el texto es correcto, afirmará con convicción.
Así pues, esta tendencia también se observa en otros ámbitos de la vida.
Los inversores afirman por sistema que son mejores que el inversor medio para escoger acciones, pero al menos un estudio sobre cuentas de corretaje reveló que los operadores más activos (cabe suponer que entre los más confiados) generaban los menores beneficios.
Y esta tendencia se produce con más frecuencia en las actividades que se consideran relativamente fáciles (como la conducción) y no relativamente complejas (como hacer malabarismos con diversos objetos a la vez). Además, las actividades consideradas relativamente fáciles (aunque no lo sean en realidad), son difíciles de cualificar. Por ejemplo, en una carrera de 100 metros sin obstáculos es fácil quién es mejor que los otros, pero ¿cómo saber cuánto un conductor es mejor que otro? ¿Que nunca ha tenido un accidente? ¿Que consume poco combustible?
Los psicólogos han bautizado a esta tendencia como “efecto del lago Wobegon” (donde todos los niños están por encima de la media).
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt
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