Cuando alguien roba dinero contante y sonante solemos ser taxativos en nuestro juicio moral: robar está mal. Sin embargo, si lo robado no es dinero, sino un objeto cualquiera, entonces nuestros juicios morales se tornan más laxos.
Cuando un ciudadano normal piensa en un ladrón se imagina a un caco con una bolsa llena de dinero, o incluso con la cartera que acaba de sustraer en la calle. Sin embargo, nadie imagina los miles de ladrones que, por ejemplo, defraudan en las compañías de seguros. O los millones que roban bolígrafos u otros objetos de sus puestos de trabajo.
El caso de los fraudes a compañías de seguros es particularmente insidioso. Cuando en Estados Unidos se da un parte de siniestros relacionados con sus viviendas o automóviles, en general se hinchan las pérdidas alrededor de un 10%.
Estas mismas personas serían incapaces de robar dinero directamente de las compañías de seguros, pero no le duelen prendas a la hora de declarar que le han sustraído un televisor de 36 pulgadas cuando en realidad era de 32.
Otro caso aún más generalizado es el de comprar ropa, usarla un tiempo y devolverla en buen estado a la tienda para recuperar su dinero (aunque más tarde la prenda, debido a su estado, no puede volver a venderse). Tal y como explica el psicólogo Dan Ariely en su libro Las trampas del deseo:
Al actuar así, los consumidores no están robando directamente dinero de la empresa; lejos de ello, se trata de un mero juego de compras y devoluciones que implica numerosas transacciones difusas. Pero tiene al menos una consecuencia clara: en Estados Unidos, por ejemplo, la industria textil estima que su volumen de pérdidas anuales debida a esta práctica es de unos 16.000 millones de dólares (aproximadamente la misma cantidad que las pérdidas anuales estimadas provocadas por los robos de viviendas y automóviles juntos).
Todos nosotros incrementamos los gastos de las dietas en los viajes de empresa, los gastos que pueden desgravarnos en la declaración de la renta y un largo etcétera. Muchos hombres de negocios que viven en Nueva York consideran que un regalo para un hijo es un gasto de empresa si lo han comprado en un lugar alejado de su hogar, como el aeropuerto de otra ciudad.
Los buenos también son malos
Las personas que afirman ser buenas, justas y empáticas generalmente no lo son en todas las situaciones, pero son capaces de racionalizar que en las situaciones en que no lo son realmente no lo están siendo. Muchos se defienden aduciendo que no infringen la ley, que solo la bordean. O que el defraudado se lo merece, que podría tomar mejores medidas o abaratar los costes. Quien roba en el trabajo dice que también le roban a él con un salario tan bajo. Como abunda Ariely:
En nuestros experimentos, los participantes eran personas inteligentes, bondadosas y honorables, que en general tenían unos límites claros en cuanto a cantidad de trampas que podían hacer, aun cuando fuera con moneda no dinerada como en el caso de las ficha de póquer. Para casi todos ellos había un punto en el que su conciencia les invitaba a detenerse, cosa que hacían. En consecuencia, la deshonestidad que observamos en nuestros experimentos probablemente se hallaba en los límites inferiores de la deshonestidad humana: el nivel de deshonestidad practicada por las personas que aspiran a ser éticas y que desean verse a sí mismas como éticas, es decir, por las llamadas “buenas personas”.
En otras palabras, incluso las buenas personas no están a salvo del autoengaño. Y a través de él, pueden realizar acciones que prescinden de pautas morales asumidas.
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