Todos somos susceptibles de creer tonterías debido a la propia circuitería de nuestro cerebro. El verdadero problema es que, en grupo, en manada, somos propensos a creer tonterías todavía más irracionales. Ideas que por nosotros mismos nunca enarbolaríamos precisamente por su naturaleza tonta, pero que en grupo no lo parecen tanto porque, bien, si hay tantos que confían en ellas, algo de cierto habrá, ¿no?
Pero el número de personas que cree una cosa es independiente de la veracidad de la cosa. Este planteamiento, aunque elemental y perogrullesco, es una ilusión cognitiva que, de nuevo, conspira por anidar en nuestros cerebros. Por muy bien amueblados que estén.
Ciencia anti-sesgo
La ciencia, en ese sentido, evita este sesgo de la popularidad enfocándose en el experimento, en las evidencias presentadas, con independencia del crédito intelectual del que presenta la idea, o del número de expertos que la apoyen. El método científico es un herramienta extra mental, opera a expensas de nuestros procedimientos intelectuales. Es como un algoritmo en un ordenador, que bajo determinada circunstancia, actúa de una manera; y bajo otra, de otra.
El mecanismo es automático (o, al menos, así debería ser, aunque el método científico a veces se empañe de la mala praxis de los humanos que se hacen llamar científicos). Uno hasta podría imaginar un software que hiciera todo el trabajo de plantear hipótesis y falsarlas hasta encontrar errores en ellas. Sin intervención alguna del ser humano. Pero como tal computadora no existe aún, así que necesitamos llevar a cabo el proceso mecánicamente, pesarosamente.
Por eso es tan difícil encontrar algún conocimiento sobre la realidad certero y escasamente mitológico sobre cualquier asunto antes de eso.
La razón de que la humanidad apenas haya empezado a progresar en su conocimiento de cómo funciona la realidad es que este mecanismo, la ciencia, apenas tiene tres siglos. Antes, el conocimiento se almacenaba a través de falacias de autoridad, sesgos de popularidad y otros defectos intelectuales.
Por eso es tan difícil encontrar algún conocimiento sobre la realidad certero y escasamente mitológico sobre cualquier asunto antes de eso, a excepciones de determinadas reflexiones filosóficas que acertaron por casualidad o por intuición (y que ahora sabemos que acertaron, no antes), o determinados conocimientos prácticos que se obtenían a través de la inducción: si siempre que hago esto pasa aquello, será que esto se hace así (lo cual distan bastante de comprender por qué pasan las cosas).
Somos meméticos
Cuál es la razón de que nos haya costado tanto llegar al convencimiento de que no nos podemos fiar de nuestros sentidos, de nuestras opiniones, de lo que diga determinado sabio. Que solo vale el experimento. Que solo obtenemos modelos sobre la verdad que funcionan a través de experimentos de doble ciego, revisión por pares, metanálisis y método científico? ¿Por qué aún hoy, en el siglo XXI, la mayor parte de la humanidad continúa operando intelectualmente tal y como lo hacían las personas de la Edad Media e ignoran que todo lo que creen saber no lo saben hasta que sepan demostrar por qué lo saben?
La principal herramienta que tenemos para aprender cómo movernos por el mundo, a diferencia del resto de los animales, es copiando las recetas de los demás que parecen que funcionan.
Una razón de peso es que la comprensión científica no es intuitiva. Es anormal, antinatural, como unas gafas graduadas ajustadas sobre el puente de nuestra nariz. La otra razón podría tener que ver con nuestra facilidad para copiar a los demás. Por nuestra capacidad de mimesis. La principal herramienta que tenemos para aprender cómo movernos por el mundo, a diferencia del resto de los animales, es copiando las recetas de los demás que parecen que funcionan. Somos expertos copiadores.
Ahora imaginemos el caso de la xenofobia, una lacra que ha perdurado durante milenios y que solo ahora empezamos a neutralizar.
Imaginemos que copiamos a personas que aborrecen a otras personas que pertenecen a otro clan. Este aborrecimiento no tienen nada de realista: las personas del otro clan son como nosotros, no son ni peores ni mejores. Ahora imaginemos que las personas del otro clan son más realistas, analizan los hechos de forma desapasionada, y no prejuzgan a los otros clanes. En cualquier interacción, los prejuzgadores xenófobos saldrán victoriosos porque literalmente aniquilarán al otro clan. Nosotros no solo copiaremos esta conducta que hemos aprendido desde niños (dándose un contagio vía memes), sino que es posible que también los portadores de los genes que predispongan más a la xenofobia sean los que más se reproduzcan (contagio vía genes).
En pocas palabras, las ideas que han arraigado antes de la aparición de la ciencia no se han caracterizado por ser ciertas, sino por promover la supervivencia. Sobre todo sin son ideas dogmáticas que no admiten discusión y que proceden de una autoridad mayor que la de cualquier ser humano. Claro está, me refiero a las ideas religiosas.
O en otros términos: todas las ideas no científicas son religiosas, pero las hay más religiosas que otras (las más religiosas son las comúnmente conocidas como religiosas). O para ser más justos: incluso la ciencia es una religión, pero su modo de operar de forma automática, mediante el continuo autoanálisis, dejando a un lado las opiniones o las intuiciones, permite que sea la destreza intelectual con menos carga religiosa que jamás haya concebido la civilización. De momento.
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