Semanas antes de que se aprobara la prohibición de fumar en lugares públicos, en absolutamente todos, porque fumar afecta no solo al que depende de su vicio sino a quienes le rodean, recuerdo perfectamente que muchas voces hablaron de dictadura, de que los bares se arruinarían, de que se estaba sacando de quicio una convivencia armónica entre fumadores y no fumadores.
Algunos, incluso, creían que la prohibición duraría poco. Y que, por supuesto, eso no eliminaría el hábito de fumar. Incluso podría incrementarlo, por su toque clandestino, especial, peligroso. Sin embargo, la gente empezó a dejar de fumar. De hecho, ahora fumar parece algo raro, marginal. Dejó de ser tan cool. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Influyó la dificultad para fumar? ¿La subida de precios? ¿O hubo otra cosa?
El misterio de la interiorización de las normas
Los expertos en Derecho Larry Lessig y Dan Kahan, allá por la década de los 1990, empezaron a estudiar en profundidad cómo las normas pueden arraigarse tan profundamente en una cultura que la gente las cumpla voluntariamente sin necesidad de regulación o imposición oficial. Y más aún: ¿podemos usar la ley como herramienta para moldear las normas sociales?
En lo tocante en el hábito de fumar, hay una correlación que parece significativa: en las ciudades donde se ha prohibido fumar en lugares públicos, los índices de fumadores han descendido drásticamente. Eso no significa necesariamente que la prohibición haya reducido el número de fumadores, pero sí parece haber contribuido a ello.
La prohibición hizo que fumar fuera una actividad cada vez menos frecuente delante de los ojos de los demás. Muchos preferían quedarse en el bar sin fumar antes que salir a la fría calle en corro para darle unas caladas al cigarrillo rodeado de otros adictos. De repente, fumar se convirtió en una muestra de falta de voluntad y autocontrol, en lugar de una elección. Tal y como abunda en ello Yochai Benkler en su libro El Pingüino y el Leviatán:
En resumen, la ley cambió efectivamente los hábitos y comportamientos diarios de la gente, hasta el punto de que las empresas no tuvieron que imponer la prohibición de fumar, puesto que la gente la cumplía voluntariamente. Al principio estaban cumpliendo la ley, pero al cabo de poco tiempo se limitaban a seguir la norma (…) Esta tendencia dice mucho de por qué legislar una conducta determinada puede llevar a la adopción de nuevas normas y criterios. Cuando elaboramos explicaciones para justificar por qué hacemos lo que hacemos (o en el caso del fumar, por qué no), acabamos por creérnoslas, y en seguida terminamos por interiorizarlas, consciente o inconscientemente.
Benkler se refiere a los trabajos en el campo de la psicología de Leon Festinger, John Jost y Aaron Kay, entre otros. Por ejemplo, refiriéndose al experimento en el que un grupo de estudiantes recibe la noticia de que existe la posibilidad de que la matrícula aumente su precio. A quienes se les dijo que la probabilidad de que ascendiera el precio era alta, adaptaron sus sentimientos sobre lo perjudicial que sería dicho incremento para ellos. Dijeron que no les afectaría en exceso.
A quienes se les dijo, por el contrario, que la probabilidad era baja, manifestaron que el aumento del precio les resultaría terriblemente perjudicial.
Dicho de otro modo: no sólo aceptamos nuestra realidad (o lo que percibimos como nuestra realidad), sino que aparentemente nos engañamos pensando que, sea cual sea la realidad, es la que nosotros habríamos elegido o es como tiene que ser.
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