La religión forma parte de nuestra herencia biológica. Entre otras cosas, la religión también sirve para integrar a las personas en un colectivo. Dios, en ese sentido, funciona como un vínculo social, el amigo que todos conocemos. Dios facilita que todos seamos “el amigo de un amigo”.
Esta idea no es tan abstracta como parece. Al menos si echamos un vistazo al estudio que realizó a principios de la década de 1980 la psicóloga Catalin Mamali, que trataba de analizar cómo las personas perciben sus relaciones con los demás y cómo crea mapas mentales de sus relaciones.
Desarrolló un método para plasmar estos mapas mentales pidiendo a la gente que identificara a aquellos con los que interactuaba y que dibujara sus relaciones en una especie de gráfico de red. Se le dijo a sus sujetos de estudio que pensaran en gente “cercana” y “altamente significativa” en sus vidas, y que dibujaran las conexiones. Se mencionaron ejemplos, como padres, hijos, hermanos, parejas, mejores amigos y vecinos.
Lo sorprendente del estudio es que un número elevado de sujetos incluyó a Dios como un nodo de su red y conectó explícitamente a todos los miembros de la red con Dios. Esta personificación de Dios incluso se vuelve más intensa cuando hace poco que el sujeto ha perdido a un ser querido, como si al perder la conexión con otras personas quisiera reforzar la conexión con Dios.
Los estudios del psicólogo John Cacioppo y sus colegas también mostraron que las personas socialmente aisladas tienden a antropomorfizar el mundo que les rodea. En el estudio en cuestión se repartió un test de personalidad a 99 personas (de las cuales, la mitad sí creía en Dios, y la otra mitad, no) y les asignaron de manera aleatoria uno de los dos posibles resultados del test, independientemente de sus respuestas.
Uno de los resultados era: “Eres el tipo de personas que mantienen relaciones gratificantes a lo largo de su vida”
El otro: “Eres del tipo de personas que acaban por quedarse solas en la vida”.
Es decir, que a la mitad de los sujetos se les indujo experimentalmente una sensación de soledad, de estar desconectados de los demás.
A continuación se clasificó a los sujetos de estudio en función de si creían en ángeles, en espíritus y en Dios.
Como era previsible, los sujetos que habían afirmado ser creyentes antes de iniciar el test respondieron positivamente a estas preguntas. Sin embargo, independientemente de si creían o no en Dios, aquellos a los que se dijo que acabarían desconectados afirmaron tener mayor fe en los agentes sobrenaturales.
Por supuesto, inducir a la gente que se sintiera desconectada de los demás no transformó a los ateos en personas profundamente religiosas, pero sí los empujó de manera general a creer más en Dios.
Así pues, la idea que se trata de transmitir por los autores es que la sensibilidad religiosa está en parte programada en el cerebro, y está relacionada con el deseo de conexión social con los demás, y no sólo con la conexión espiritual con Dios.
Las investigaciones sobre las maneras en que básicamente funciona la mente confirman esta teoría. Por ejemplo, hay estudios funcionales de resonancia magnética que muestran cómo al experimentar sentimientos religiosos y estados alterados de conciencia, la parte del cerebro que regula la conciencia del yo en el tiempo y en el espacio deja de funcionar. (…) En esencia, al cerebro se le engaña para que crea que las fronteras sociales no existen o, lo que es lo mismo, que todo el mundo está conectado con todo el mundo. (…) De esta manera un movimiento religioso puede aglutinar a grupos de individuos dispares en busca de un objetivo común, ya sea ayudar a los pobres, construir grandes estructuras o iniciar una guerra contra grupos rivales.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christiakis y James H. Fowler
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