Tal y como os explicaba en mi anécdota Ayer fui a la farmacia y me quisieron vender flores de Bach, uno de los pilares básicos de la civilización lo constituye la especialización del trabajo y, más adelante, de los conocimientos. Pero si queremos que el pilar no se desmorone o tienda a inclinarse peligrosamente como la torre de Pisa, entonces hay que fomentar la honestidad y la confianza y garantizar los controles del, digamos, tinglado.
Si nos venden un tratamiento que, por el momento, la ciencia considera fraudulento, en un lugar acreditado como es una farmacia, entonces se erosiona esta confianza. Como a continuación os explicaré, esta confianza se puede autosostener si los consumidores tienen comunicación entre sí y pueden poner de manifiesto que han sido estafados por determinada persona. Por ejemplo, si compramos un tubo de pasta de dientes, la usamos y resulta que dentro no hay más que agua, entonces el lugar, la marca o la persona que comercializa ese tubo de pasta de dientes no tardará en ser marginado (y si disponemos de una tribuna pública, esta marginación será mucho más rápida).
Pero en temas complejos, como los fármacos, no es suficiente con la percepción subjetiva del consumidor: en ella se mezcla el placebo, las remisiones espontáneas de la enfermedad que provocan distorsiones en la relación causa-efecto, los comentarios ajenos del tipo “a mí me ha funcionado”, etc. Por ello los medicamentos precisan de controles externos llevados a cabos por expertos o por experimentos, al igual que la instrucción de un caso sólo puede llevarla a cabo un juez y no un lego en leyes.
Pero en productos donde no entren estas sutilezas, los mecanismos de control no necesariamente deben ser muy exhaustivos; y menos aún si hablamos de Internet.
Ése es el motivo, por ejemplo, de que las transacciones efectuadas en e-Bay y lugares similares sean tan honestas y confiables. Porque el consumidor está perfectamente comunicado con el resto de consumidores: una retroalimentación que permite que los clientes, después de cada transacción, publiquen comentarios sobre la compra y sobre el vendedor, tal y como señala Matt Ridley:
Cuando Pierre Omidyar fundó eBay, pocos creyeron como él en el nuevo medio. Pero para 2001, menos del 0,01 % de las transacciones en el sitio fueron intentos de fraude. John Clippinger concluye de manera optimista: “El éxito de las organizaciones de pares basadas en la confianza, como eBay, Wikipedia, y el movimiento de código abierto, indica que la confianza es una propiedad de las redes, altamente expandible.
Es pocas palabras, es más difícil (aunque posible) que en Internet opere un tramposo. Por ello funcionan también otras redes que precisan de un grado de confianza y honestidad muy elevado, como CouchSurfing: una red que permite que te quedes a dormir en casa de cualquier persona del mundo, sin dinero de por medio, por el simple placer de compartir una velada. En un primer momento, un servicio así inspira desconfianza, pero funciona, como bien me ha acreditado un buen amigo que lleva ya meses viajando por medio mundo sin gastar ni un euro en alojamiento.
La sombra del riesgo de perder la reputación subyace en las transacciones del mundo real, pero, gracias a la intercomunicación llena de ecos de las comunidades virtuales, esta reputación se magnifica hasta límites sólo conocidos por las comunidades pequeñas y cerradas, mayormente de la Edad de Piedra. Sí, la Edad de Piedra renace de algún modo en la Edad Digital. Irónico.
Hay mucha destrucción e innovación por venir en el cibercrimen. Aun así, Internet es un lugar en el que el problema de la confianza entre extraños es resuelto a diario. Los virus pueden ser evitados, los filtros de spam pueden funcionar, los correos electrónicos nigerianos que engañan a las personas para que revelen sus datos bancarios pueden marginarse, y en lo que respecta a la cuestión de la confianza entre comprador y vendedor, las compañías como eBay han hecho posible que sus clientes vigilen las reputaciones entre ellos con la simple práctica de la retroalimentación. Internet, en otras palabras, puede ser el mejor foro para el crimen, pero también es el foro de intercambio más justo y libre que el mundo ha visto.
Vía | El optimista racional de Matt Ridley
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