Si echáis un vistazo a los rankings de los hombres y las mujeres más atractivos, sobre todo en el caso de las mujeres prevalecen las que son jóvenes o tienen rasgos juveniles, casi infantiles.
Ello tiene una justificación posible justificación evolutiva: la juventud es deseable para el hombre si instintivamente siente deseo de reproducirse con ella. En un hombre, sin embargo, la presión de la juventud es menor porque un hombre es igualmente fértil en una edad provecta, y además suele disponer de mayores recursos a tal edad para procurar supervivencia a la prole.
Si examináis las webs o redes sociales que propician citas románticas comprobaréis una serie de tics bastante generalizados: las féminas exageran los rasgos infantiles de su cara, rejuvenecen todo lo que la tecnología cosmética permite, e incluso componen morritos, alzan las cejas inocentemente, ponen muecas de niña traviesa, etc.
Es la llamada baby-face. Y, a pesar de que sentir atracción sexual por niños nos resulta abominable o punible, lo cierto es que son precisamente estos rasgos, aplicados en un cuerpo lo suficientemente adulto como para fecundar, los que atraen nuestra atención en general, tal y como señala un estudio antropológico por ordenador cargado de rostros que permitían relacionar tamaños y proporciones con la edad que fue publicado en el número 36, de 1995, de la revista Current Anthropology (Jones D. Sexual Selection, Physical Attractiveness, and Facial Neoteny: Cross- cultural Evidence and Implications)
Se estimó que muchas modelos que aparecen en las revistas tendrían un rostro con fisonomía propia de una niña de 6 o 7 años de edad.
Tal y como apunta Diego Golombek, director del laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes, en su libro Sexo, drogas y biología:
Efectivamente, a medida que envejecemos, nuestras caras se alargan y la proporción de los distintos órganos va cambiando. Sin embargo, algunas personas mantienen rasgos infantiles durante muchos años, y resultan más atractivos a los ojos del buscador de belleza.
No es tan habitual que los individuos maduros de una especie mantengan rasgos infantiles, y ello recibe el nombre de neotenia. Este proceso está particularmente exagerado en los seres humanos, hasta el punto de que se ha acuñado una palabra específica: paidomorfosis, como la juvenilización de rasgos adultos.
Además de lo que ya hemos mencionado con respecto a la belleza y la edad, las características infantiles como la piel suave, ojos enormes, mejillas rellenitas y narices pequeñas efectivamente desatan sentimientos automáticos de ternura. Aun quienes dicen no sentirse atraídos por los bebés sienten ganas de cuidarlos, por suerte para la especie. Lo que se agrega a esta idea es que los individuos que mantienen rasgos de baby-face son considerados más bellos, más confiables y más dignos de nuestros cuidados y cariño. No es casual, entonces, que los humanos busquen esas características, aunque se tengan que reconstruir un poco.
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