A diferencia de otras clases de violencia, el terrorismo resulta singular en un aspecto fundamental: se caracteriza por originar un temor desproporcionado a sufrir un daño. Es decir, que el terrorismo generalmente no produce violencia real, y además el temor es desproporcionado porque la probabilidad de sufrir daño a través del terrorismo es muy remota.
Las cifras, comparadas con el número de muertes a causa de homicidio, guerra y genocidio, son irrisorias: menos de 400 muertos al año de resultas del terrorismo internacional desde 1968, y unos 2.500 anuales desde 1998 debidos al terrorismo nacional.
Ahora echemos un vistazo los verdaderos peligros, que han sido calculados por el matemático John Allen Paulos en su libro más importante sobre anumerismo: El hombre anumérico: anualmente, en Estados Unidos mueren 40.000 personas en accidentes de tráfico, 20.000 en caídas, 18.000 en homicidios, 3.000 ahogados (300 de ellos en bañeras), 3.000 en incendios, 24.000 por intoxicación accidental, 2.500 por complicaciones quirúrgicas, 300 asfixiados en la cama, y 17.000 debido a “otros accidentes no especificados ajenos al transporte y sus secuelas.”
Tal y como señala el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro:
De hecho, cada año, menos en 1995 y 2001, han muerto más americanos a causa de rayos, ciervos, alergias a los cacahuetes, picaduras de abeja o “por arder o derretirse la ropa de dormir” que por atentados terroristas.
A pesar de ello, la gente se alarma particularmente ante un atentado terrorista, los medios de comunicación ofrecen una cubertura muy superior a otros hechos potencialmente más peligrosos y las administraciones gastan un gran esfuerzo y dinero en combatirlo, sobre todo a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, tal y como expone Pinker:
Los casi tres mil muertos a causa de los atentados del 11 de septiembre estaban literalmente fuera de la gráfica: en niveles muy inferiores de la cola de distribución de potencia en la que se sitúan los ataques terroristas. Según los datos sobre terrorismo global del National Consortium for the Study of Terrorism and Responses to Terrorism (el principal conjunto de datos públicamente disponible sobre atentados terroristas), entre 1970 y 2007 sólo otro ataque terrorista en el mundo entero ha llegado a matar a quinientas personas.
Aspirar a que no haya muertes por terrorismo es como aspirar a que no haya muertos por absolutamente nada, incluyendo alergias a los cacahuetes. Es un objetivo bonito, pero material y pragmáticamente ineficaz: gastaremos muchos recursos, e invertiremos demasiada cuota de preocupación por un problema desatendiendo otros más apremiantes.
Las muertes por terrorismo son tan improbables que incluso las medidas para evitarlas pueden matar más: durante el año transcurrido desde el atentado del 11-S, murieron 1.500 americanos en accidentes de coche porque prefirieron ir en coche a volar a su destino por miedo a morir en otro atentado terrorista, según ha calculado el psicólogo cognitivo Gerd Gigerenzer.
O dicho de otro modo, el arma más eficaz para combatir el terrorismo es no temer el terrorismo: precisamente el terrorismo existe y sigue adelante debido a que excita nuestro miedo más irracional y anumérico. El terrorismo obtiene su poder, fundamentalmente, de declaraciones como las del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos: “Hoy los terroristas pueden actuar en cualquier lugar y en cualquier momento, y prácticamente con cualquier clase de arma.”
El terrorismo continúa existiendo porque se aprovecha de la quebradiza psicología del miedo, y naturalmente no es algo nuevo: hace ya 2.000 años, tras la conquista romana de Judea, un grupo de luchadores de la resistencia apuñalaban sigilosamente a funcionarios romanos y a los judíos que colaboraban con ellos, esperando así echar a los ocupantes.
No funciona
Por si esto fuera poco, el terrorismo también se ha revelado como una herramienta francamente ineficaz a la hora de conseguir sus objetivos. Israel sigue existiendo, Irlanda del Norte aún forma parte del Reino Unido. El País Vasco no es un estado soberano.
En su artículo de 2006 Why Terrorism Does Not Work, el científico político Max Abrahms examinó los 28 grupos que en 2001 fueron considerados por el Departamento de Estado de Estados Unidos como organizaciones terroristas, la mayoría de ellas activas durante décadas:
Dejando a un lado victorias meramente tácticas (como atención mediática, nuevos apoyos, presos liberados o cobros de rescates), observó que solo tres de ellas (el 7 %) habían alcanzado sus objetivos: en 1984 y 200 Hezbolá expulsó a los pacificadores internacionales y a las fuerzas israelíes del sur del Líbano, y en 1990 los Tigres tamiles lograron el control de la costa nordeste de Sri Lanka, si bien esta victoria fue revocada por la aplastante derrota de los Tigres en 2009, con lo que el índice de éxitos terroristas queda en dos de cuarenta y dos, menos del 5 %. El índice de éxito está muy por debajo de otras formas de presión política como las sanciones económicas, que surten efecto aproximadamente una tercera parte de las veces.
En conclusión, el terrorismo sirve para poco, y reducirlo es tan fácil como prestarle menos atención.
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