Ya sea el antiguo Bliss (gozo o felicidad), que viene de serie con el sistema operativo Windows XP, es decir, el fondo de pantalla que es un campo de césped de color verde plástico bajo un cielo difuminado por algunas nubes (en realidad una fotografía real de una colina del valle de Napa, California, Estados Unidos, al este de Sonoma Valley). O ya sean los nuevos y vistosos fondos de pantalla que vienen con Windows 7 y 8. Todos ellos nos producen atracción. De algún modo nos gustaría trasladarnos a ellos. Nos embelesan. Nos producen cierta satisfacción y desahogo.
Pero ¿por qué? ¿Qué tienen de especial estos paisajes (y en general muchos otros paisajes bonitos) para que susciten la atención de las personas de todo el mundo, con independencia de su educación y su cultura? ¿Por qué el valle de Lauterbrunnen, en Suiza, me produjo la sensación que describo aquí?
Tal vez el pintor más próximo y naïf de paisajes que pueden gustar a toda clase de personas sea el simpático y entrañable Bob Ross. Un famoso pintor y presentador de televisión de pelo esponjoso que se hizo famoso con su programa de televisión The Joy of Painting. En él, Ross se dedica a pintar una paisaje muy realista en apenas media hora. Los paisajes son siempre bonitos en el sentido Disney del término. Y además resulta muy relajante verle pintar.
Sería extraño que un ser humano sentenciera que uno de esos paisajes le produce rechazo. Un paisaje bonito es tan atractivo como una cara simétrica y libre de imperfecciones. Es como si los paisajes, pues, estuvieran codificados en nuestros genes.
A nivel evolutivo, el arte nació, entre otros factores, por el placer estético de experimentar con objetos y entornos adaptativos y la capacidad de diseñar artefactos para obtener los fines deseados. ¿Qué es un entorno adaptativo? Por ejemplo, un paisaje amplio y luminoso desde el interior de una cueva (un lugar en el que nos sentimos protegidos y disponemos de una panorámica del exterior a fin de poder detectar cualquier atisbo de amenaza).
Basta con echar un vistazo a la historia de la pintura para descubrir muchos paisajes de similares características en lienzos de todo el mundo. En general, el ser humano, desde su nacimiento, presta más atención a rasgos del mundo visual que indiquen seguridad, inseguridad o hábitats cambiantes, con o sin vistas panorámicas, verdor, agrupamiento de nubes o puestas de sol.
Este asunto lo han tratado con bastante solvencia autores como Steven Pinker o Daniel C. Dennett, pero seguramente el autor que ha dedicado más páginas en un solo libro a hablar de los paisajes como entornos adaptativos sea Denis Dutton en su libro El instinto del arte. Su tesis puede resumirse en que un paisaje nos gusta porque reúne todos los requisitos necesarios para nuestra supervivencia: comida, agua, seguridad (en los árboles), accesibilidad.
Un paisaje en el que podemos ver árboles (preferiblemente con ramas cerca del suelo que nos ayuden a trepar a ellos para huir de algún depredador), la presencia de agua o al menos la evidencia de esta en la lejanía, animales terrestres o aves, además de vegetación y un camino o un sendero que se extiende en la distancia casi invitándote a entrar.
Dutton explica en su libro si perdonas de diversas culturas se sienten atraídas por igual por representaciones de paisajes abiertos con imágenes de agua y de árboles en la lejanía es porque, de alguna manera, les "evocan" la sabana de la que, como especie, procedemos. Si no os apetece leer el libro, podéis escuchar a Dutton en esta charla TED:
Sean o no los paisajes entornos adaptativos, lo cierto hay determinados paisajes que producen una sensación de plenitud que difícilmente se puede describir. Aunque yo lo haya intentado en De cómo quise capturar para siempre el paisaje más bonito que han visto mis ojos.
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