En la entrega anterior de este artículo sobre el talento innato habíamos descubierto que, gracias a los experimentos de Ericsson, no era fácil encontrar músicos natos, ni tampoco músicos torpes que, trabajando y esforzándose más que nadie, no llegaran a ser talentosos.
Ericsson concluyó que, una vez uno ha demostrado capacidad suficiente para ingresar en una academia superior de música, lo que distingue al intérprete virtuoso de otro mediocre es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar.
Y algo más importante: los músicos que están en la cumbre no trabajan un poco más… trabajan muchísimo más.
El neurólogo Daniel Levitin lo expresa así en su libro El cerebro y la música:
La imagen que surge de tales estudios es que se requieren diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de dominio propio de un experto de categoría mundial, en el campo que fuere. Estudio tras estudio, trátese de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, concertistas de piano, jugadores de ajedrez, delincuentes de altos vuelos o de lo que sea, este número se repite una y otra vez. Desde luego, esto no explica por qué algunas personas aprovechan mejor sus sesiones prácticas que otras. Pero nadie ha encontrado aún un caso en el que se lograra verdadera maestría de categoría mundial en menos tiempo. Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero.
¿Sabéis a cuánto equivale aproximadamente esas 10.000 horas que necesita el cerebro para, gracias a su plasticidad, volverse especialmente diestro en alguna actividad? Unos 10 años.
Esta cifra de los 10 años sirve para desmontar casos emblemáticos de prodigios de la música como Mozart. Todos sabéis que Mozart empezó con la música a los 6 años, todos hemos visto películas en las que el pequeño Mozart deleita y asombra a la concurrencia cuando apenas llega sentado al piano.
Pero hay que ser justos en reconocer que las primeras obras de Mozart no eran excepcionales. De hecho, las piezas más tempranas probablemente fueron escritas por el padre de Mozart. Los primeros siete de sus conciertos para piano y orquesta son en gran parte arreglos de obras debidas a otros compositores.
El primer concierto que contiene música original de Mozart, el nº 9, K. 271, no lo compuso hasta los 21 años de edad. Exacto: Mozart ya llevaba 10 años componiendo conciertos. El crítico de música Harold Schonberg incluso opina que las mejores obras de Mozart no llegaron hasta que llevaba 20 años componiendo.
O lo mismo le sucedió a los Beatles: el tiempo que transcurrió desde la fundación de la banda hasta que llegaron los que posiblemente sean sus mayores logros artísticos fue de 10 años, 10 años en los que tocaron jornadas maratonianas de 8 horas diarias 7 días a la semana en un club de Hamburgo.
Lo mismo sucede en otras actividades. En el ajedrez, Bobby Fischer quizá es una excepción: en vez de 10, tardó 9 años de práctica concienzuda.
Naturalmente, todo esto sólo es una parte de la historia. Una vez logrado el talento nadie te garantiza el éxito. Uno puede estar 20 años escribiendo 10 horas al día y ser rechazado sistemáticamente por todas las editoriales del mundo. Porque lo que finalmente distingue una carrera de éxito es, sobre todo, una mezcla de oportunidades extraordinarias y suerte.
Y no hemos de olvidarnos de los infinitos casos en los que no son necesarios ni 5 minutos de prácticas para alcanzar el éxito, sólo esa mezcla de oportunidades extraordinarias y suerte. O simple marketing. No hace falta que mencione ningún nombre, ¿verdad?
Pero ello no invalida que, neurológicamente, 10.000 horas de práctica, 10 años de tesón e ilusión, es el mínimo requerido para que una persona alcance la excelencia en la realización de una tarea compleja.
Vía | El cerebro y la música de Daniel Levitin
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