La pareja es rara en la naturaleza. Solo el 3% de los mamíferos forma parejas a largo plazo con un solo cónyuge. La monogamia es rara entre los mamíferos porque al macho genéticamente no le conviene permanecer con una sola hembra cuando puede copular con varias y traspasar más genes suyos a la posteridad. De modo que la mayoría de especies, como los gorilas, tratan de formar un harén. Son necesarias circunstancias muy especiales para que un macho llegue a viajar con una única pareja y la ayude a cuidar de sus crías.
Desde una perspectiva femenina, el vínculo de pareja tampoco es normalmente adaptativo. Las hembras de muchas especies prefieren vivir con otras hembras y copular con sus visitantes: las hembras de elefante hacen esto. Y si una hembra necesita protección, ¿por qué no viajar en un grupo mixto y copular con varios machos? Esa es precisamente la táctica de las hembras de chimpancé.
Una pista para la necesidad de la monogamia la dan los zorros rojos. Las hembras de esta especie dan a luz cachorros muy indefensos e inmaduros llamados por ello "altriciales". Son sordos y ciegos, de modo que los tiene que alimentar durante varias semanas: no puede abandonar a sus crías ni un momento y se moriría de hambre si no tuviera una pareja que le trajera alimento mientras se ocupa de sus cachorros.
Pero la monogamia también conviene al macho en este caso. Viven en territorios donde los recursos están muy desparramados, así que no pueden apoderarse de un pedazo de territorio rico en alimento. El macho, de esta manera, puede desplazarse con la hembra y evitar que se le acerquen otros machos durante el clímax de su época de celo asegurando la paternidad de los cachorros.
Parece que en estos casos la mejor solución para ambos sexos es la monogamia, formando parejas estables para criar a sus hijos. Pero aquí hay un punto clave: los zorros no se aparean de por vida. Cuando los cachorros están más desarrollados y empiezan a cazar para la familia los padres vienen cada vez menos a casa. Finalmente, la hembra saca fuera a sus cachorros y se marcha. El apareamiento no dura más que la crianza de los cachorros.
Algo similar sucede con los petirrojos. La hembra da a luz varios pichones que requieren incubación. Tiene que haber alguien constantemente con ellos y, al no mamar de la teta de su madre, los padres están igualmente capacitados para cuidarlos. Estas circunstancias hacen que el 90% de más de 9000 especies aladas formen pareja mientras crían a sus pichones.
Pero, como los zorros rojos, no forman una pareja para toda la vida: cuando el último pichón abandona el nido los padres se separan para unirse a una bandada.
¿Y los humanos?
Allá por el 1830, a instancias de un fanático religioso llamado John Humphrey Noyes, se fundó una comunidad tipo cristiano-comunista. En 1847 dicha comunidad se instaló en Oneida, Nueva York, donde funcionó hasta 1881. En su apogeo, más de 500 mujeres, hombres y niños trabajaban las tierras comunales y fabricaban trampas de acero que vendían al resto del mundo. Todos vivían en el mismo edificio, Mansion House, que sigue existiendo.
Cada mujer u hombre adulto tenía su propio dormitorio, pero todo lo demás era compartido, incluso los niños que aportaban a la comunidad, sus ropas y parejas. Los hombres tenían prohibido eyacular a menos que una mujer hubiese pasado la menopausia. Ningún niño debía nacer. Y se suponía que todos copulaban con todos.
En 1868 Noyes levantó la prohibición de reproducirse y, autorización especial mediante, varias mujeres dieron a luz. Noyes y su hijo engendraron a 12 de los 62 bebés que nacieron entre los 2 y 3 años siguientes. Pero los conflictos entre los integrantes de la comunidad fueron aumentando. Se esperaba que los hombres más jóvenes fecundaran a las mujeres mayores, mientras que Noyes tenía prioridad sobre todas las niñas púberes. En 1879 los hombres se revelaron y acusaron a Noyes de violar a varias jóvenes. Huyó y en pocos meses la comunidad se disolvió.
Lo más interesante de este experimento sexual es que Noyes nunca fue capaz de evitar que hombres y mujeres se enamorasen y formaran parejas clandestinas. La atracción entre ellos era más poderosa que sus decretos. Ningún experimento occidental de matrimonios grupales ha logrado sostenerse durante muchos años.
Parece que el ser humano está psicológicamente condicionado para formar pareja con una sola persona. Pero hay excepciones. Si se les da la oportunidad, a menudo los hombres eligen tener varias esposas para ampliar su perdurabilidad genética. Las mujeres se integran en harenes cuando los recursos que obtendrán pesan más que las desventajas. Por tanto, podemos considerar que tanto la monogamia como la poligamia son naturales, aunque con las coesposas y los coesposos hay conflictos.
Fuente | Helen E. Fisher, Anatomía del amor.
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