Diversos experimentos sociales han puesto en evidencia la incapacidad crónica del ser humano para mantener un recurso que todo el mundo puede usar discrecionalmente y del que, en consecuencia, también se puede abusar. Porque ¿cómo sabemos que donde nosotros somos prudentes otros están abusando a nuestra costa? ¿Por qué no abusar si los demás son frugales?
En realidad no hay incentivos para evitar el despilfarro mientras dicho despilfarro no nos influya directamente. Ocurre con el petróleo, la pesca, y otros muchos recursos naturales que resultan finitos pero consumimos como si no lo fueran (hasta que su escasez nos afecte directamente en forma de subida de precios u otros gravámenes).
El problema de los recursos finitos incluso se aplica a cuestiones cotidianas, como explica Martin A. Nowak en su libro Supercooperadores:
Exactamente el mismo pensamiento puede aplicarse a la falta de mantenimiento de un recurso común, como no desbrozar un jardín, fijar la infraestructura de transporte o incluso tender un felpudo en una casa particular. Este problema podría explicitarse tanto como un “uso abusivo” del felpudo por gente con zapatos embarrados o como “inversión insuficiente” en limpieza de zapatos y en aspiradores, por ejemplo.
Este problema también puede extrapolarse a el mundo de Internet, donde existen muchos recursos comunes: desde el software gratuito hasta Wikipedia, que también están expuestos a la explotación por parte de abusones, desertores o tramposos que se aprovechan del trabajo ajeno sin aportar nada a cambio.
La misma disparidad con la que los diferentes países abordan el problema medioambiental pone en evidencia esta dinámica: las emisiones de dióxido de carbono en Estados Unidos, por ejemplo, dobla las de Reino Unido y triplica las de Francia o Suecia. En esta diferencia de consumo de recursos hay, sin duda, influencia de la educación y la raigambre cultural, pero también existen incentivos económicos: en Estados Unidos es mucho más barata la gasolina que en los otros países.
Sin un gestor que altere artificialmente la dinámica de incentivos entre los ciudadanos, los intereses egoístas pueden dominar el consumo de los recursos finitos.
Reputación y altruismo
Por ejemplo, en un complejo estudio llevado a cabo por Manfred Milinski, de la Universidad de Hamburgo, en el que propuso a 156 estudiantes que se realizara una colecta pública para mantener el clima global por medio de un juego de bienes públicos, los que respondieron de forma más altruista fueron los que mejor accedieron a una mejor información sobre el problema de los recursos medioambientales. Y también los que hacían sus contribuciones públicamente, y no anónimamente: a la gente le gusta hacer cosas altruistas cuando los demás los miran, porque ello incrementa su reputación.
Al participar en un juego de bienes públicos, otros tienen que saber que tú estás haciendo tu contribución al mundo. Solamente entonces un individuo podrá cuidar de su propia reputación para que sea explotada a conciencia. (…) Cuando la gente muestra públicamente su compromiso con la conservación, es posible incrementar la presión social sobre los polizones para que hagan lo correcto. El reajuste de la brújula interna de millones de mentes individuales puede hacer mucho a favor de las políticas gubernamentales.
Foto | Hades | OilCleanupAfterValdezSpill (Dominio público)
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