La tendencia a pensar que, en un mundo azaroso o caótico, hay cierta tendencia a la justicia (el karma, a todo cerdo le llega su san martín, etc.) es un sesgo cognitivo llamado "hipótesis del mundo justo".
Existen pruebas que parecen indicar que la ínsula y el córtex somatosensorial son responsables, al menos en parte, de que nos aferremos a esta hipótesis de ecuanimidad en la que las obras buenas son recompensadas y las malas, castigadas.
Karma
Dado que el mundo no es justo ni es de color de rosa y que el karma no es más que un invento de nuestro cerebro, cuando somos testigos de que suceden cosas malas sin razón aparente entonces se produce en nosotros una disonancia: estamos convencido de que el mundo es justo, pero las evidencias que se nos presentan van en sentido contrario.
Para poder cabalgar en esta disonancia usamos dos estrategias. La primera consiste en asumir que quizá el mundo no es como habíamos creído y que el karma no existe. Ni tampoco consigues las cosas por mucho que las desees.
La primera estrategia, sin embargo, no es la común. Lo es la segunda: tratamos de hallar una lógica que explique por qué eso que estamos viendo sí que se ajusta con la hipótesis del mundo justo. Por ejemplo, si una mujer es violada podríamos aducir que ella se lo ha buscado, porque vestía muy provocativamente. Si han escupido a un político, él se lo ha buscado. Si un millonario es mala persona lo es porque hay que el mundo de los negocios es muy competitivo. Y así sucesivamente.
Esta inclinación también se ve reforzada por el llamado sesgo de correspondencia o error fundamental de atribución: culpamos del infortunio de otras personas a su propia incompetencia o a sus malas decisiones, pero si lo mismo nos sucede a nosotros, entonces lo atribuimos a la mala suerte o a las circunstancias externas.
Investigaciones previas han demostrado la existencia de diferencias culturales por la susceptibilidad de cometer un error fundamental de atribución: personas pertenecientes a culturas individualistas (como los estadounidenses) son más propensas que los individuos de culturas colectivas (como los japoneses) a cometer este tipo de error
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