Si os basarais en el grado de seguridad y probabilidades de morir violentamente, ¿escogeríais vivir en una ciudad del Primer Mundo o en un pueblo cazador-recolector que todavía no ha entrado en contacto con la civilización?
Nuestra parte más romántica probablemente escogería un poblado conectado con la naturaleza, donde no existen películas ni videojuegos violentos, donde no hay corrupción ni ejércitos provistos de armas capaces de destruir el planeta. Sin embargo, los porcentajes son bastante elocuentes: las sociedades civilizadas resultan mucho más seguras.
Naturalmente, todo depende de los términos que establezcamos para la comparación. Si bien resulta moralmente cuestionable determinar qué es mejor: que muera violentamente el 1 % de una población de mil millones o el 50 % de una población de cien, la comparación solo será justa si la establecemos desde cifras relativas, no absolutas. Después de todo, el miedo a morir debería calcularse en base a las probabilidades de morir y no en base a la cantidad de gente que muere.
Investigar el número de muertos en grupos de cazadores-recolectores, cazadores hortícolas y otros pueblos tribales de cualquier época no resulta fácil, pues requiere de una exhaustiva recopilación de datos procedentes de la literatura antropológica e histórica, así como de datos de arqueólogos forenses, por ejemplo los que sugieran que un esqueleto prehistórico tiene lesiones producidas por otros seres humanos (una fractura en huesos cubitales, por ejemplo, la lesión que sufre una persona al defenderse del ataque de un asaltante al levantar el brazo).
Los datos inclinan la balanza hacia los pueblos con estado: son mucho más seguros que los pueblos sin estado. Todas estas estadísticas pueden leerse en gráficas llevadas a cabo con datos procedentes de diversas fuentes en el libro de Steven Pinker Los ángeles que llevamos dentro.
En el siglo XX murieron más de seis mil millones de personas. Alrededor del 0,7 % de la población mundial murió en combate. Aunque tripliquemos o cuadripliquemos el cálculo para incluir muertes indirectas por hambrunas y enfermedades debidas a la guerra, la diferencia entre sociedades con estado y sociedades sin estado sigue siendo abismal. Incluso si añadimos muertes por genocidios, purgas y otros desastres provocados por el ser humano, solo el 3 % de las muertes del siglo XX serían por causas violentas. Solo a modo de ejemplo, todas las sociedades preestatales dedicadas al una mezcla de caza, recolección tienen porcentajes de muertes violentas mucho mayores, algunas de las cuales supera el 20 %.
Hace poco, los economistas Richard Steckel y John Wallis analizaron datos de novecientos esqueletos entre cazadores-recolectores y habitantes de ciudades de las civilizaciones de los Andes y Mesoamérica, como los incas, los aztecas y los mayas. La proporción de cazadores-recolectores que mostraban signos de traumatismo violento era del 13,4 %. La proporción de habitantes de ciudades que también mostraban signos de traumatismo violento era del 2,7 %, cifra parecida a las de las sociedades estatales anteriores al presente siglo. Así, manteniendo constantes numerosos factores, observamos que vivir en una civilización reduce cinco veces las probabilidades de una persona de ser víctima de la violencia.
Estas estimaciones distan de ser precisas, pero sugieren una fuerte tendencia. En cualquier caso, en la próxima entrega de este artículo, cuantificaremos la violencia de otra forma más fiable e indiscutible, en el que el índice de asesinatos se calcula como una proporción de personas vivas y no de personas muertas.
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